Lejos de aquél humilde y oscuro corral, bajo las luces de la ciudad, año tras año reciben al niño infinidad de familias ya sea por tradición muchas o por convicción otras tantas, se reúnen en torno de la mesa, comparten lo mucho o poco que tienen y al dar las doce, se saludan con un afectuoso feliz navidad. Los chicos presurosos, corren hacia el arbolito, donde instantes antes, supuestamente, un señor de barba ha dejado regalos para ellos, a pesar que casi en sus propias narices sucede el hecho, nunca alcanzan a ver ese momento, por eso por lo general, casi de inmediato, salen presurosos a mirar el cielo, donde sus padres les hacen ver, allá a lo lejos casi en el horizonte del cielo azul, la estela dejada por el trineo tirado por renos.
Acto seguido entran a la casa y se olvidan pronto del tema, obviamente es más interesante disfrutar de los regalos, no hay tiempo para demasiadas preguntas, solo es tiempo de disfrutar los presentes...
Una vez conocí a un niño que pensaba diferente a la mayoría, el agradecía los regalos a ese niñito que estaba en el pesebre, no salía corriendo a la calle para mirar el cielo, se quedaba allí contemplando al niño y hablándole en voz baja le daba las gracias mientras abría los regalos.
No he visto ese gesto en otros chicos, quizás nunca más lo vuelva a ver, ojalá sí algún día...
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