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jueves, 18 de diciembre de 2008

Viaje al Ingenio






























Ingenio "La Corona", esta fábrica dedicada a la producción de azúcar extraída de la caña, fue fundada en 1882, en el paraje conocido como "La Ramada", de este modo se conocía por ese entonces donde actualmente se asienta la ciudad de Concepción, Pcia. de Tucumán. Esta ciudad llamada “La Perla del Sur” se encuentra a orillas del río Gastona, distante de la capital de la provincia, San Miguel del Tucumán, unos 75 Km. al sur por la Ruta 38. Desde entonces y con la inauguración en 1889 del tramo del ferrocarril que une San Miguel con La Madrid, fue considerada la segunda ciudad de importancia de la provincia. En 1986 ingresé como cadete en las oficinas de Buenos Aires, siendo este mi primer empleo en una empresa de importancia. Recuerdo el orgullo que tenía por pertenecer a esta fábrica centenaria. Luego de un año ya quede como administrativo y en 1988 surgió la posibilidad de viajar a conocer ese Ingenio, del que tanto me había encariñado, y ganas de conocer tenía. La Empresa por los puntos acumulados en las líneas aéreas, disponía de pasajes gratis de manera constante, debido como es lógico a la gran cantidad de vuelos que utilizaban semanalmente los directivos desde Baires a Tucumán y viceversa. Fue así que en los primeros días de octubre llegamos muy temprano al aeroparque con mi compañero de trabajo Javier, el otro invitado al “tour”.

También viajaba con nosotros uno de los Gerentes, que residía allí, el nos guió por los trámites para embarcar, ya que para nosotros era una experiencia inédita.
Entramos en el avión, que sinceramente me lo imaginaba más cómodo y amplio, si bien no era un 747, era un Boeing grande 707 creo.
Despegamos y todavía recuerdo esa sensación de sentirse un piojo en el cielo, para luego confirmarla con una serie de pozos de aire que debimos atravesar.
Me todos modos fue una experiencia genial, única como ninguna otra.
Luego de una hora 40 minutos, arribamos al Aeropuerto de San Miguel, allí un remis contratado por la empresa nos esperaba, y de luego de cargar nuestros bolsos, partimos hacia el sur por la ruta 38, rumbo al tan anhelado Ingenio.
Perfectamente tengo grabado aún, luego de más de 20 años, esa ruta angosta que atravesaba una espesa vegetación, y sobretodo de encontrarnos una y otra vez con esos verdaderos trenes, Eran pesados tractores que remolcaban a bajísima velocidad 3, 4 y hasta 5 carros a modo de vagones, repletos de cañas.
Me pareció tan inédita y fascinante esa forma de transportar materia prima, como peligrosa y por demás librada a la suerte.
Finalmente luego de este viaje por demás entretenido, llegamos a la ciudad de Concepción, allí en un hotel céntrico dejamos nuestro equipaje, y de inmediato partimos rumbo al Ingenio "la Corona".
Luego de unos pocas cuadras saliendo de la ciudad aparecía este monstruo, las imágenes que había visto en fotos, si bien se notaba que se trataba de una construcción enorme, al verlo frente a mí su imponencia era impactante.
Maravillados aún, luego de saludar a nuestros compañeros que trabajaban en la administración, con mucho de los cuales teníamos una comunicación constante, empezamos el recorrido de la planta.
Empezamos por el principio del proceso, el cual se iniciaba con la recepción de esos inmensos carros cargados a full, que se estacionaban en un enorme playón que daba a lo que denomino la boca del Ingenio, ya que allí sobre una especie de zaranda gigante se volcaban cantidades de cañas.
Una vez allí esa enorme "lengua" no dejaba de sacudirse a fin de eliminar toda la basura acumulada en las cañas, luego estas se perdían en la boca (Trapiche) que procedía a triturarlas.
De esta molienda, se extraía la melaza o jugo de la caña que combinado con elementos químicos y cal daba por resultado el azúcar refinado.
Verdaderamente impactante, una especie de milagro, como de algo tan poco llamativo o fuera de lo común como una simple caña, luego de un proceso poco sofisticado, podía engendrarse ese oro blanco que era el azúcar.
Al salir de la planta, nos llevaron a recorrer también todo el bastísimo campo que la rodeaba, allí se encontraban entre una gran cantidad de árboles centenarios, la enorme casa donde se alojaban los directivos, su comedor, sala de juegos y esparcimiento.
Hacia los fondos una enorme pileta y más atrás una excelente cancha de Golf de 9 hoyos, famosa en la provincia.
Por el lado oeste se encontraba una inmensa plantación de limones, y al final de la misma se veía
un infinita línea irregular azul petróleo, eran las sierras, que se asemejaban a una constante tormenta en el horizonte.
Luego y pasado el asombro y la emoción de lo visto, se sucedieron innumerables paseos a diferentes puntos turísticos de la provincia, por parte de nuestros propios compañeros que con sus vehículos, sin dejar que aportemos un centavo, iban turnándose cada mañana para pasarnos a buscar por el hotel y llevarnos de paseo a modo de guías.
Cuando uno escucha acerca de la cordialidad del habitante del interior, puedo dar fe de esto.
Pasados más de 20 años de esa visita, me es difícil entender como esa maravilla de la arquitectura, técnica e inventiva del hombre, puede ser hoy tan nociva para la salud humana.
Coloque en estos días, en un buscador, "Ingenio La Corona" con el fin de encontrar simplemente fotos o datos geográficos, que me ayudasen a darle forma a mi historia.
Para mi asombro encontré también, infinidad de artículos donde se menciona el grado salvaje de contaminación ambiental, tanto por los gases no depurados que expele el monstruo al aire, como por lo residuos sin tratar que derrama en el Rio Gastona, afluente del Salí Dulce.
Leo también finalmente a fines del año pasado la justicia, luego de numerosas denuncias, procedió a la clausura de la fábrica, con el pedido de procesamiento de los funcionarios de la misma por contaminar el Rio Gastona.
Como si esto fuera poco, al final del buscador encontré un Informe de la Comisión Bicameral acerca de los centros clandestinos de detención en la dictadura militar, como destacado se encontraba la "Base Militar Ingenio La Corona".
A raíz de esto recordé una foto que me llamó la atención en su momento, estaba dentro del comedor de la casa de los directivos, donde junto al Presidente de la fábrica de entonces, se encontraba ambos con una gran sonrisa, con su uniforme de combate, el genocida General Antonio Bussi.

Para terminar, puedo decirles, que he comprobado nuevamente, que no todo lo que reluce es oro.

lunes, 15 de diciembre de 2008

24 de Septiembre























Silvina y Luis, no se conocieron en un baile, ni en una reunión de amigos, no eran del mismo barrio, jamás se habían visto antes. Fue en el colectivo de la línea 126, que hace el trayecto de Tablada a Retiro.

Ella en ese entonces 1987, tenía 20 años y viajaba todos los días a su trabajo en el barrio de Recoleta, él 21 años y también se dirigía a su trabajo en el centro.


Todos los días a la misma hora. Hasta que uno de esos días sus miradas se cruzaron, a partir de ahí tanto ella como él, calculaban a que hora debería tomar el colectivo el otro, tarea bastante ardua ya que no subían en la misma parada y la frecuencia a esa hora y en ese entonces de los micros era constante. A pesar de este inconveniente, y por obra del destino por llamarlo de alguna manera, los encuentros eran cada vez más continuos.


Ella le confesaría luego, que estaba aterrorizada con la idea de un acercamiento, pero a su vez se arreglaba como nunca para ir al trabajo y deseaba verlo cuando subía al colectivo. Y que cuando le comentó a su madre lo que sucedía, esta le dijo "nena tene cuidado, ¿ un hombre en el colectivo?, no sabes quien es" Si bien tomo nota del comentario, lejos estuvo de olvidarse de ese hombre.


Un día mientras él dormía en el viaje de vuelta a casa, sucedió algo fuera de lo habitual, al despertar levantó la vista y allí estaba ella parada junto a él, todavía sorprendido la saludó y ella respondió como su bella sonrisa. La sorpresa fue de ambos ya que ninguno se imaginaba encontrar al otro a la vuelta, nunca había sucedido. Ella trató de no mirarlo, ya que como no lo esperaba ver, no se había arreglado. Tiempo más tarde también le comentaría su enojo con él en ese momento, ya que en ningún momento atinó a darle el asiento, es el día de hoy que se lo recuerda y reprocha.


Los viajes se fueron sucediendo, hasta que un día el se sentó a su lado por primera vez, en un viaje de vuelta. No dejó de mirarla en todo el recorrido, pero como era muy tímido solo atinaba a eso, sentirla junto a él era suficiente por el momento, pero se dijo a si mismo.... justo 1 minuto antes que ella bajase, si no le digo algo ahora va a pensar que soy un cobarde (cosa que no escapaba a la realidad del momento) o que no tengo interés por ella. Ella a su vez se estuvo preguntando durante todo el viaje (más de 1 hora) ¿este tipo, de nombre "Facundo" (así lo había bautizado, ya que tenía cara de "tierra adentro"), que es lo que quiere? ¿por que me mira todo el tiempo y no me dice nada? ¿será un pervertido? ¿o un mudito?, no lo creo se respondió, pero para que deje de molestar le voy a clavar la mirada con mi peor cara, así se asusta y deja de hacerlo. Bien, en cuanto lo hizo, él le mantuvo la mirada, y ella se asustó tanto que el resto del viaje no saco su vista de la ventanilla. Él finalmente tomo valor y le preguntó como se llamaba, les recuerdo que habían estado más de 1 hora sentados uno al lado del otro.


Ella lo miro y cuando él se prestaba a escuchar atentamente su nombre... ella le dijo permiso tengo que bajar, y no pudo evitar largar una carcajada. Él frustrado y sintiéndose el tipo más
tonto del mundo pensó que esa mujer no volvería a prestarle atención, pensó que la había perdido antes siquiera de conocer su nombre. Los viajes se sucedieron, y para tranquilidad de él... ella jamás dejó de responder una sonrisa o un saludo.


Una tarde él percibió que no bajaba en su parada habitual. Abruptamente ella se levantó y bajo por la puerta delantera, mientras él con un rápido movimiento, lo hizo por la de atrás. Se dijo ahora o nunca... trató de alcanzarla, pero ella corrió y subió a otro colectivo que se dirigía en dirección contraria. Totalmente desconcertado, espero al siguiente colectivo y siguió viaje a su casa. Ella le diría tiempo más tarde.... que se había quedado dormida, se había pasado de la parada, por eso en cuanto de despertó bajo corriendo del colectivo y se subió al otro, ni siquiera se dio cuenta que él venía detrás suyo, si no me hubiese asustado muchísimo le dijo.


Hasta que una mañana respiró hondo y cuando ella bajó del colectivo, él lo hizo también, era su segundo intento. Ella, desconcertada y con mucho miedo, aunque eran las 8.30 de la mañana en plena Av. San Juan y Entre Ríos, comenzó a caminar más rápidamente, él le pidió que se detuviese y le preguntó como se llamaba, ella le respondió Silvina y él le dijo yo? Luis .


La acompaño hasta la parada del "37" que la dejaba en su trabajo. Hablaron 2 minutos, el no sabía como había llegado a estar parado junto a esa mujer, llegaría tarde a su trabajo, ya que se había bajado 30 cuadras antes, pero no le importó en ese momento , le pregunto si le daba su teléfono si ella lo llamaría, a lo que respondió, mejor te doy el mío y llamame vos.


Le dio el número de teléfono, por supuesto del trabajo, recuerden que en esa época
los únicos que tenían celulares eran los altos ejecutivos y eran del tamaño del zapatófono del "super agente 86" y no existía internet, es más en los trabajos no se utilizaban las computadoras, todo era manuscrito, o con máquinas de escribir, eso sí eléctricas.


Él la llamo a las pocas horas y la invitó a tomar un café, ella muy por el contrario le propuso encontrase en Retiro para hacer el viaje de vuelta juntos. Así fue como empezaron a viajar todos los días que podían, combinaban y se encontraban.


Ella era de mucho hablar y él estaba fascinado con esa bonita mujer, que se mostraba inteligente, educada y sobre todo simpática y alegre. Eso fue lo que más lo cautivó, su alegría y desparpajo, era feliz con solo el hecho de ver esa sonrisa.


Los viajes siguieron, hasta que un día, debido a un paro sorpresivo de colectivos, tuvieron que tomar el subte de la Línea "A" fue ese día, 24 de septiembre de 1987, en el último y destartalado vagón, con vista al túnel que parecía no tener fin, cuando él se le acercó y sin mediar palabra se dieron el primer beso.

lunes, 1 de diciembre de 2008

De Granaderos









El 9 julio de 1974, Rafael terminó su carrera militar con el grado de Suboficial Mayor, máximo rango en el escalafón.
Recuerdo como si fuese hoy, a mi papá, junto al Jefe del Regimiento, mi familia y yo, viendo pasar delante de nosotros esos soldados, la banda tocando la marcha de San Lorenzo, todos con sus uniformes de Granaderos, montados a su vez en impresionantes caballos.
La emoción de mi viejo, ya que, especialmente antes de ir al desfile en Plaza de Mayo, todos sus camaradas quisieron homenajearlo de esa manera. Su carrera fue brillante, y digna de tal fue su despedida. Atrás quedaron 30 años de servicio, plagados de anécdotas y reconocimientos. Rafael, proveniente de un hogar humilde, logró ser alguien en la vida, formar una familia, ser querido, respetado por sus pares, y sobre todo por las diferentes camadas de “colimbas” que tuvo a su cargo durante esos años. Era alguien especial, como solía y suelo decir a todo el mundo, no parecía militar. No solo con nosotros sus hijos y mujer demostró con hechos, que para ser un buen soldado no hacía falta ser un prepotente, mal educado, ni matón. Teniendo en cuenta como era el manejo por entonces dentro del ámbito castrense, que él pudiese mantener sus valores y su forma de ser a pesar de todo, es algo que me lleno siempre de orgullo.

Rafael, hijo de una mujer aguerrida, valiente, trabajadora y de padre desconocido.
De pequeño recorrió el norte del litoral de la mano de su madre, una verdadera "busca vidas".
Una infancia con muchas privaciones y momentos límites, que le sirvieron para salir fortalecido y con muchos deseos de superación.
Luego vino su paso por la Escuela Artes y Oficios de Don Bosco, allí aprendió el valor de tener un oficio, el del ser solidario, y sobre todo lo importancia de ser una persona de bien.
Al terminar el secundario, en esa época con 3er año, fue a trabajar en la maderera de su pueblo, con ese sueldo pudo aportar, entre otras cosas, ayuda para la crianza de su hermano menor.
Luego tomó la decisión de entrar en el Ejército, donde aplicó toda su experiencia de vida hasta ese entonces.
Sabía andar a caballo muy bien, así que, resultó sencillo su ingreso al 7mo. de Caballería de Chajarí, Entre Ríos.
Se destacó por su virtuosismo para el salto a caballo, fue así que obtuvo muchos premios representando a su Regimiento.
No solo por esto, si no también por su don de gente y responsabilidad, le valió ser reconocido por sus subordinados, pares y superiores, que vieron en él un ejemplo.
Ese hombre surgido de un hogar por demás humilde, logró sobresalir en una profesión a la cual amaba.
Chajarí, su lugar en el mundo, nadie puede negar que allí vivió los mejores e intensos años de su vida.
Allí conoció a su amor, Chela, una hermosa mujer, refinada y graciosa.
La vio por primera vez, una tarde en la plaza del pueblo, ella tal como se acostumbraba en esa época, junto con un grupo de amigas, caminaban alrededor de la misma.
En una de esas vueltas, mientras el y sus camaradas parados a un costado, con sus uniformes blanco de gala, observaban atentos el paso de las mismas, él en particular no quitaba la vista sobre ella.
Hasta que por arte del destino, el pequeño monederito forrado con hilos de plata, donde guardaba la única moneda que tenía para ir más tarde al cine, se le cayó o dejo caer, eso nunca lo sabremos.
Él raudo, ganando la carrera a sus camaradas, se apoderó del atesorado premio y sin pensarlo se le acercó y con refinada educación tendió su mano para alcanzárselo.
Ella con su sonrisa cautivante le dio las gracias, y él puso como condición para devolvérselo que le permitiera acompañarla en otra vuelta a la plaza, ella accedió y de ese momento fueron inseparables.
Luego de unos meses de noviazgo, empezaron algunos encontronazos con su suegro, este no admitía la epilepsia de su hija y más de una vez trato de humillarlo insinuándole que el era el responsable del recrudecimiento de esos ataques que sufría de tanto en tanto. Fue esto un motivo más para juramentarse que no abandonaría a esta mujer y que haría lo imposible para encontrar una cura a su mal.
Se casaron el 11 de julio de 1949 y tras una luna de miel en Cataratas, se instalaron en casa de los padres de Chela, un año después nació María Rosa, en principio la primogénita.
¿Porque en principio?
Muchos años después, cuando yo el más chico de mis 5 hermanos, era aún un niño, salió a la luz no recuerdo bien en que circunstancia, que mi padre había tenido un hijo varón de joven.
Lo más risueño de esta situación, es la forma que toda la familia tomó la noticia.
Por lo que recuerdo, él mientras estábamos en una sobre mesa, saco el tema de la “galera”, pero lo hizo de una forma tan natural y calmada, que para nosotros fue como si nos hubiese contado que cuando joven, sufrió una fractura o estuvo demorado en alguna cárcel.
Eso tenía mi viejo, esa era su característica principal, la paz y la seguridad que irradiaba (mucho de eso lo heredó mi hermano Fede).
Tan impresionante y conmovedora noticia fue perfectamente contada y entendida sin ningún drama, allí quedo en una anécdota más, no por temor a él ni nada que se le parezca, imagino que lo dijo en el momento justo, ni antes ni después, con una seguridad y sinceridad pasmosa, que nos dejo a todos conformes y sin lugar a enojos, ni reproches.
Luego de 2 años y con 2 años de diferencia entre cada una también, nacieron sus otras hijas, María Isabel y María Celina.
En 1956, llegó el tan anhelado pase al Regimiento de sus sueños, el histórico Granaderos a Caballo Gral. San Martín.
Primero llego de Entre Ríos él solo, alojándose por unos meses en el cuartel, allá en Palermo y visitaba los fines de semana a la familia.
En ese momento, solo en Buenos Aires, vivió uno de los episodios más peligrosos de su vida.
Se desató en la interna militar, una revuelta tras el derrocamiento del General Perón, se formaron dos bandos. Por un lado los Azules y por el otro los Colorados.
Ambos se pertrecharon y tomaron posiciones de guerra.
Él, por obligación como muchos otros, más que por algún ideal en particular, se vio forzado a participar en esa extraña y feroz muestra de fuerzas.

Si bien este conflicto no fue más que esporádicas escaramuzas, que según dicen sin embargo cobro víctimas, por ende el peligro siempre estuvo latente, y en un par de ocasiones se vio inmiscuido en situaciones de verdadero riesgo.
Finalmente este conflicto o juego de poderes terminó y el por suerte pertenecía sin querer al bando ganador, digo por suerte ya que si no hubiese estado entre los vencedores, su carrera militar hubiese terminado allí mismo, con le sucedió a muchos de sus camaradas, que queriendo o no, pasaron al ostracismo y el olvido.

Hizo olvidar prontamente este mal trance, la noticia que finalmente le saliese el subsidio para viviendas, por lo que pudo acceder a su casa, y rápidamente fue por su familia, y juntos reiniciaron sus vidas.
Al principio costo adaptarse a los largos viajes desde Ciudad Evita hasta Palermo.
Por lo que de inmediato se puso el objetivo de comprar un vehículo para trasladarse.
Con su magro sueldo y una familia que ya pasaba a ser numerosa, finalmente pudo comprar un Jeep Willy de la segunda guerra, un poco destartalado y casi con el motor fundido.
Gracias a sus conocimientos de mecánica básica y su acostumbrada osadía, logró
hacer funcionar este noble vehículo.
Por primera vez en su vida y casi al unísono se encontraba siendo propietario de una casa y un digamos auto.
Luego, unos años después, ya nacido su hijo varón Federico, viendo que con su sueldo de militar no era posible mantener a su mujer y cuatro hijos, se metió en el negocio de reparto de vino, que era muy común en la época y así lo hizo tanto para casas de familia, como a almacenes.
Para ello cambio ese Jeep, transformado en una joyita de colección, por una Estanciera, la cual era imprescindible para efectuar los repartos.
Al poco tiempo decidió abandonar su emprendimiento, ya que si bien era rentable, debía dedicarle demasiadas horas luego de volver del cuartel, por ende prácticamente no estaba en casa, es así que decidió dejarlo y tratar de ajustarse al máximo a cambio de no descuidar a los suyos.
Pasada la época de privaciones extremas, gracias a los sucesivos ascensos, la economía familiar lograba cierta estabilización, que casi vuelve a colapsar con la llegada de “Luisito”, el benjamín.
La vida en el cuartel, a medida que los años pasaban, se tornaba más pausada y tranquila.
Tuvo a su cargo muchas camadas de Colimbas, que siempre guardaron un profundo respeto y agradecimiento por el buen trato que les brindara.

También le toco un tiempo como guardia de la Residencia Presidencial de Olivos, allí ya con su grado de Suboficial Mayor, se codeo con los Presidentes de turno.
De esta manera, llego el final de su recorrido por los cuarteles, atrás quedaron las maniobras en el río Miriñiay, los saltos a caballo, las tardecitas en Chajarí, y otras tantas vivencias, que dejaron un sin número de anécdotas y gratos recuerdos.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Reencuentros

















2DO. REENCUENTRO SABADO 16/10/04 19HS. CLUB DAOM

Quien lo hubiese dicho, allí estábamos juntos 22 años después.

Esta reunión si bien fue segunda, creo que fue una de las más importantes, ya que al ser más numerosa, abrió un abanico más amplio de emociones y recuerdos.

En ese momento me di cuenta, que el esfuerzo había valido la pena.

Atrás quedó esa primera reunión también importante porque fue el puntapié inicial, muchas horas dedicadas a la búsqueda de personas que no veía desde hacía más de 2 décadas, que nunca me las había cruzado nuevamente, ni sabía donde vivían o trabajaban.

No me pregunten como logre, como un viejo pescador, juntarlos.

A la única que veía esporádicamente era a Mariela, ella a su vez tenía contacto con Juanca.
Con solo eso, casi nada, comencé la tarea de encontrar al resto.

Con paciencia y perseverancia, inicié mi búsqueda, primero a Andrea, ya que recordé que trabajaba en Johnson, ya que en mi época de cobrador de Carrier, varios años antes, solía ir a las oficinas que tenía esa empresa donde ella trabajaba en Sarmiento 1111 a cobrar, simplemente escribí ese nombre en un buscador, llamé allí y pregunté por Andrea Moreno.

Con muy buena onda se prestó a mi idea. Ya éramos cuatro, aunque estaba lejos aún, me dio ánimo para continuar.

Seguidamente en el buscador, coloque el apellido Saubermann y como por arte de magia apareció Betina, con su teléfono y dirección, también la llame y le gusto la idea de reunirnos, iban seis, ya que Betina esta "casada" desde 4to. año con Carlitos Gomez.

Después puse Crespo, Mordas, Vega, González (no se porque pero en la página 6 me dí por vencido), Nicolás y Sidotti, sin resultados.

Pero cuando puse Matles recordando que vivía en Yatay y Rivadavia, lo encontré, llamé, me atendió la madre y me dio, no de muy buen agrado, el teléfono de la empresa de transportes donde trabajaba.

Este muchacho, que no había escuchado mi voz en 20 años, de inmediato me reconoció y se prestó también con muy buena onda a mi requisitoria.

Arreglamos encontramos en la puerta del cole, faltó Juan no recuerdo porque, era fines del 2002.

Fué muy lindo el momento del reencuentro, la emoción de ver a Betina, Carlos, Gustavo y Andrea luego de tantos años, para mí estaban igual, y los hubiese reconocido donde fuese.

Luego de unos abrazos y risas, nos fuimos al depto. de Mariela, Gustavo vino con la señora y su hijo de dos o tres años.

La verdad, que fue uno de los momentos más extraños de mi vida, ya que pasada la euforia inicial, cuando nos acomodamos en ese pequeño departamento, sentí deseos de huir, empecé a transpirar y me preguntaba, ¿que hacía allí? creo que fue muy duro asimilar que habían pasado tantos años, en un momento me arrepentí de todo el esfuerzo que había hecho.

Luego, pasado el sacudón, empecé a disfrutar y me limité a observarlos y escuchar sus relatos, estaba feliz y esa intuición que me llevo a tratar de reunirlos, me dio la razón, ya que encontré lo que buscaba, aire fresco y recuerdos gratos, esos que ayudan a aliviar el alma.

Fue así que, ni bien terminó esta emotiva y enriquecedora velada, en mi cabeza empecé a programar el segundo reencuentro, quería más de ese aire fresco.

Los Gomez, se encargaron de pasarme el teléfonos de los Mordas (ya que son compadres o algo así) y estos a su vez me dieron el teléfono de Carlitos Crespo.

Ya el círculo se iba agrandando, como el que forma una piedra en el agua cuando cae.

Crespo vivía en Mardel, pero de todas formas se unió a mí en la tarea de programar otro encuentro.

Él con la ayuda de su madre, ubicó a Marcelo González y reservo el club donde se produjo el reencuentro 2.

Así llegamos al 2do. reencuentro, a un año y medio del primero, un éxito rotundo, todos los comprometidos asistieron puntuales y con la mejor onda.

Sentí un orgullo y satisfacción inmensos, este grupo especial, se había vuelto a juntar casi en su totalidad.
A veces me arrepiento de ser el que promotor principal de estos “reencuentros”, ya que mi ansiedad muchas veces me juega una mala pasada, no respeto el tiempo de los demás y siento que resulto cargoso a veces.
Por otra parte, tengo el presentimiento que si no fuese tan insistidor, las reuniones terminarían para siempre, allí está mi estímulo para empujar cada tanto a mis amigos.
Muchas veces pienso también, que ellos esperan mi llamado, y que es mi deber hacerlo, como dije en otra historia, fui el canciller de los “franceses”, no seré el más inteligente, afable, simpático o cómico del grupo, pero creo que cumplo mi misión a la perfección.
Con esto, y ahora me dirijo directamente a uds., les pido que no olviden lo bien que lo pasamos cuando estamos juntos y que este grupo les robe un rato de sus vidas, quizás sea de lo mejor que les pase en el año, ¿porque perdérselo?













martes, 25 de noviembre de 2008

Viaje a Bariloche













1982, viaje de egresados de 5to. 2da. del Comercial 23.
Eramos 14, ya que nuestra división se repartía en idiomas Inglés y Francés.
Nosotros los franceses, a base de mucho esfuerzo, sobre todo de nuestros padres, cumplimos nuestro sueño de conocer ese lugar.
Salimos en agosto, el día exacto se lo acuerda Stella, pero creo que fue el 13.
Recuerdo la espera en la puerta del colegio, y la llegada de ese micro "doble camello", cuanta ansiedad, nervios y alegría mezclada.
Los "franceses" éramos: Stella, Silvina, Betina y Mariela por el lado femenino. Y Adrián, Juan, David, Daniel, Gustavo, los Marcelos Gonzalez y Nicolás, los Carlos Gomez y Crespo y yo.
La nro. 15 " la niña bonita" era Andrea Moreno, que por problemas familiares no pudo hacer el viaje.
Tampoco pudieron ir, Tomás Contreras y Fabián Teniente
Siempre fuimos muy unidos, quizás por ser "minoría", en todos los años de la secundaria.
Los "franceses" generalmente discriminados, y poco considerados por el resto, aprendimos a formar un bloque y cual scrum de rugby empujar todos juntos.
Esto generó una relación fraterna, cual hermandad entre nosotros, al ser pocos y mantenernos unidos, tanto dentro como fuera del colegio, no había secretos, enconos y menos envidias en el grupo.
Cuantas salidas juntos, rateadas para jugar al bowling en "Don Rodrigo", salidas los sábados, ir a ver a Les Luthiers o un recital en vivo por primera vez, o simplemente juntarnos a comer en casa de alguno de nosotros.
También recuerdo, ese fin de semana en el camping de los metalúrgicos, en Pontevedra, incluida la lluvia torrencial en medio de la noche, todos huyendo de las carpas que se deshacían en medio del terrible viento y agua, y un amanecer acurrucados, con la ropa aún húmeda.
Los días de la primavera, en Palermo, la ciudad deportiva de Ferro o Ezeiza.
Compartimos muchos momentos gratos, siempre unidos tras el paso de los años.
Por eso pienso que esta no es una historia más de "egresados", al día de hoy sostengo que hay un hilo conductor que sigue conectándonos, y lo seguirá habiendo por siempre.
En todo grupo, cada integrante tiene una función a cumplir.
Unos son los líderes, otros los que acompañan las decisiones y los aparentemente indiferentes o de perfil bajo.
Mi lugar en el grupo fue otro, netamente diplomático.
El canciller de los "franceses", la persona que trataba de cambiar esa tendencia al separatismo por parte del grupo y de romper las barreras impuestas por los "ingleses".
Por todos los medios intentaba fomentar la unión de estos grupos, me hice amigo de muchos "ingleses" quise con eso crear, por contagio, que los demás se relacionen, pero de todas maneras, mis esfuerzos fueron en vano.
Así eran las cosas, ¿quien era yo para cambiar algo que estaba instalado?, incluso antes de nosotros entrar al colegio.
Recordemos, que veníamos de lidiar una pelea desigual desde 1er. año, siempre éramos superados 2 a 1.
Continúo con el viaje.
Salimos del colegio, rumbo a Témperley allí completarían el micro los alumnos del Tomás Espora,
un colegio ubicado a metros de la cancha del "Celeste Gasolero".
El viaje fue interminable, ya que el micro era viejo y no estaba en buenas condiciones.
Al día siguiente de partir, llegamos a la represa del Chocón, allí almorzamos y recorrimos las instalaciones de ese barrio, muy moderno para la época.
Seguimos viaje, y pocos kilómetros antes de llegar el micro se rompió y debimos aguardar allí en medio de la ruta por el auxilio, en ese lugar hay una foto antológica sacada por Mariela donde estamos abrazados, Carlitos, Juan, Adrián y yo.
Repararon el micro y luego de unos kilómetros, al final de una curva, apareció allí en un valle soñado la bellísima ciudad de Bariloche y su lago.
Que lugar!! una maravilla hecha por Dios, todas las fotos que había visto por viajes de mis familiares, no se comparaban con tener ese paisaje imponente en vivo y directo.
El lago, las montañas, cascadas, bosques y la tan anhelada nieve.
No vimos nevar, pero cuando fuimos al cerro Catedral, vimos y tocamos la nieve por primera vez.
Al estar en la cima de aquel cerro, uno pensaba como podría hacer, sin tener una filmadora, para retener en su mente tanta imponencia y belleza juntas, solo atiné a girar en círculo y guardar en mi memoria esas imágenes para siempre.
Sin embargo en pasajes de este viaje, no la pase del todo bien, estaba empecinado, aunque más no sea que una de las chicas, siquiera se diese por enterada que yo estaba allí con ella, pero era inútil, todos mis esfuerzos resultaban en vano.
La situación me frustró en varios momentos, salí adelante, ya que era imposible bajonearse en ese lugar soñado y en compañía de mis amigos.
De todas formas pienso, pasados los años, que lo hubiese vivido muchísimo mejor sin esa obsesión por lo imposible.
Esta chica, no me registraba, no por agrandada, ni siquiera por feo, era solo que ella tenía ojos para un chico, el cual a su vez tampoco le daba bolilla, en definitiva ella sufría de lo mismo que yo.
Continuaron las excursiones, al lago Lacar donde hay fotos de todos trepados a un mirador, Isla Victoria empapados y congelados, Hotel Llao Llao, otra foto para postal y la cascada de los alerces.
Fuimos a bailar a "Cerebro", y allí descubrimos el lado oculto y macabro de un integrante del grupo.
Todos sabemos quien es, pero para proteger su integridad moral, ya que hoy debe ser un padre de familia o un empresario prominente, no rebelaré su nombre.
Un verdadero zarpado este amigo, debajo de esa supuesta piel de cordero, emergió un ser poseído por algún espíritu maligno, sin mediar motivo, razón o causa, mientras estábamos sentados en un rincón del lugar, comenzó su raid destructivo.
Empezó con un pequeño sillón rojo, y no se detuvo hasta deshacer todos los asientos del lugar.
Quedamos atónitos ante tamaño poder destructivo y sus ojos desencajados advertían que no era buena idea intentar frenarlo.
Sin embargo, en cuanto los encargados de la seguridad advirtieron esto, duramos allí dentro, lo que un gas dentro de una canasta.
Creo que batimos el record de permanencia en un boliche.
No estoy seguro, pero como volvimos temprano, nos juntamos todos en una de las habitaciones del hotel y allí nos agarramos una borrachera, que aún tenemos grabada.
Es más Mariela, aún me agradece y valora, mi gesto de limpiar el vómito que había dejado en el lavatorio.
Hay otro amigo que se adjudica tal actitud heroica, pero le daré un manto de piedad a la cuestión. También fuimos a otro boliche, que se llamaba Dominó, allí todo transcurrió con total normalidad, me parece que éste amigo no fue esa noche.
En el Casino la suerte me acompaño de una manera increíble, ya que gané el dinero que le costo a mis padres el viaje en una sola noche, a la vuelta los sorprendí, reponiendo peso sobre peso todo lo que ellos habían gastado.
Volvimos sabiendo todos que ese viaje, no fue uno más, afianzó una relación de grupo, que aún conservamos.




































jueves, 13 de noviembre de 2008

Vacaciones en la costa



Verano de 1973, con 8 años, conocer el mar no me quitaba el sueño, la idea de volver a hacer un viaje sí. Ahora a bordo de un Valiant III modelo 1963, los mismos integrantes de aquel viaje a Santo Tomé, emprendimos otra travesía. Esta vez el destino era Mar de Ajó, con el condimento extra, que ninguno de nosotros conocía el mar. Meses antes, mi papá había hecho un curso acelerado de costura a máquina, como buen autodidacta, desempolvo una máquina que tenía guardada en el galpón del fondo y empezó a practicar con retazos de tela, hasta lograr entender con bastante habilidad el complicado oficio de costurero. Fue así, que logro con dicha máquina plasmar su idea de, a muy bajo costo, tener nuestra propia carpa, ya que en esa época, acceder a una le hubiese costado casi todo el dinero que disponía para las vacaciones.

Salimos un sábado muy temprano, tomamos la ruta 4, camino de cintura, como se la conoce.
En esa época, era una ruta de 2 manos por lado y en infinitos tramos, sobre todo entre Burzaco y Florencio Varela, se transformaba en un intrincado corredor en construcción permanente, la ruta se cortaba, por ende había que desviarse permanentemente por calles internas, o bien cambiar de mano con el consiguiente peligro, ya sea por la mala señalización y/o inexistente iluminación.

Superado ese tramo, por demás estresante, unos kilómetros después nos encontrábamos con la rotonda de Alpargatas y un poco más adelante la arcada de piedra en la entrada al parque Pereyra Iraola.

Luego sobrevenía una ruta, la famosa 2, peligrosa vía de 1 mano por lado, con muchos tramos sin banquina y escasa señalización.
En esa época se la denominaba ruta de la "muerte", recuerdo que en varias oportunidades mi padre tuvo que pisar el freno bruscamente o tirarse a la banquina, por alguna maniobra imprudente de los conductores, tanto los que iban en nuestro mismo sentido, como los que venían de frente.
Siempre me pregunté, ¿porque familias enteras, incluyendo la nuestra, se arriesgaban a transitar en temporada alta por ese lugar?
Pasado los años considero, que como otras muchas cosas en este país, fue un fiel reflejo del atraso y la improvisación de este pueblo, y de la mano del latiguillo “dios es argentino”, el común de la gente, despreocupadamente, se lanzaba a la ruta, endosando siempre al prójimo, la obligación de ajustarse a las reglamentaciones, y sobre todo con esa gran soberbia, de pensar que a uno no le podía pasar y por ende ¿para que ser prudentes?.
La prueba de todo esto, era que las tragedias se sucedían e incrementaban año tras año.
Por suerte o gracia de Dios, llegamos al cruce de Dolores, sin inconvenientes serios, más allá de los mencionados.
Desde allí, se continuamos hacia el partido de la costa por la ruta 63, otro infierno de 2 manos, pero esta vez, para juntar más adrenalina, el camino era serpenteante por tramos, con curvas peraltadas e inexistentes banquinas.
Superado ese tramo también, llegamos a la ruta interbalnearia número 11, el tramo final, uno se relajaba, era como ir por la Avenida 9 de Julio un domingo, en comparación con el resto de lo transitado, desgraciadamente eran los últimos kilómetros, como para que el viajante se quedara con la esa sensación final, olvidando, por lo menos hasta emprender el regreso, las angustias sufridas en el resto del viaje.
Llegamos a Mar de Ajó, que era por aquel entonces, un grupo de casas que se alejaban muy pocas cuadras de la costa.
Entramos por la calle principal y 1 cuadra antes del mar, doblamos a la derecha, y luego de escasas 5 cuadras, la zona urbanizada se terminaba y daba paso a los campings.
Nos ubicamos en uno, de inmediato, mi hermano y yo, corrimos a ver el mar por primera vez, cruzamos el interminable médano y de repente nos encontramos con un espectáculo imponente, quedamos fascinados y atónicos ante lo que a nuestros ojos se desplegaba, un mar verde esmeralda, calmo y brillante.
Nos sacamos las zapatillas y la remera, el calor del mediodía se hacía sentir, y como en malón bajamos raudos y no paramos hasta la primera ola que menguó nuestra veloz carrera.
Un momento inolvidable y por demás emocionante.
Luego de estar un buen rato metidos en ese mar, y darnos cuenta que el agua era sal muera, que no servía ni para enjuagarse la boca, si la tragabas te daba arcadas, había que cuidarse de los pozos, de la corriente que te alejaba peligrosamente de la costa y también te desviaba del lugar de donde habías entrado al principio.
Todas sensaciones y vivencias inéditas para nosotros, ya que nadar en el mar era totalmente diferente a hacerlo en una pileta o en el río, ámbitos más familiares para nosotros.
Luego de un rato, empezamos a sentir el cansancio, el hambre y sobre todo la sed por tanta excitación y desgaste físico.
Entonces emprendimos la vuelta al camping, ya sin el entusiasmo ni las fuerzas, subimos penosamente esa montaña de arena hirviente.
Llegamos como pudimos, nos refrescamos, y contamos nuestra experiencia única al resto.
Acto seguido ayudamos a descargar el auto, mientras mi papá encendía el fuego para el asado.
Cuando llegó el momento de armar la carpa, mi padre le encargo a mi tío que siguiese con el asado, para el mismo ocuparse de darle forma a su creación, cual modisto que acompaña y viste a la modelo en un desfile.
Cuando terminó, sinceramente y con total inocencia, le preguntamos si se había olvidado una parte en casa, pero para nuestro asombro, el nos dijo que: nada faltaba y que así era la carpa terminada.
De inmediato, entendidos que teníamos criterios diferentes para denominar o ver las cosas.
Lo que para él, era una hermosa carpa de color beige, para nosotros no era más que un toldo, sin piso, con una abertura al frente y el auto cerrando la parte posterior.
Pensamos en ese momento,viendo el lado positivo, que era una suerte el haber estrenado la "carpa" en la playa, ya que si lloviera, no "chapotearíamos" en el barro.
Mi padre era así, un poco díscolo, con mucha imaginación y otro tanto de ansiedad.
Por eso creo, que él sinceramente veía en ese toldo hecho con sus manos, la carpa más hermosa y cómoda que existía.
El paso de las horas y sobre todo el lugar imponente donde nos encontrábamos, hizo todo esto pasara a ser una anécdota.
Lo que siguió fueron unos días de playa inolvidables, ver a mi hermana o a mis padres cocinar en una hornallita a garrafa, todo tipo de comidas, alumbrados por el "sol de noche" también a garrafa, dormir 4 sobre catres en la carpa y los otros 2 en el auto.
La gran mayoría de los vecinos de carpa tenían muy buena onda, como suele suceder en los campings, una de las caracteristicas que valoro, y resalto de este tipo de alojamientos masivos.
La cordialidad, educación, generosidad, solidaridad, se respira por lo general en esos lugares.
Por la noche, luego de una larga espera por una ducha caliente, y de la posterior cena, el numeroso grupo de chicos que formábamos esa gran familia del camping, se juntaba para seguir con los juegos.
Un par de horas más tarde, uno a uno iba abandonado, rendidos por el cansancio.
Otras noches, con mi hermano preparábamos el equipo de pesca e íbamos a probar suerte al muelle o bien simplemente tirábamos la línea desde la costa.
Papá nos había comprado, la caña y el riel a cada uno.
Mi hermano, unas semanas antes de las vacaciones, con mi escasa ayuda, se había dedicado a fabricar plomadas, fundiendo el plomo de cañerías viejas en un tarro y luego volcando el metal líquido en un molde hecho con arena.
Luego me enseñó a preparar con la tanza, las líneas, anudando con una gran técnica los anzuelos y la plomada.
Nuestra suerte en la pesca fue escasa, pero todo lo previo y el hecho de compartir esos momentos juntos, era lo realmente importante.
Fueron unas vacaciones inolvidables, no solamente por ser las primeras en el mar, si no también por las nuevas relaciones, tanto dentro como fuera del grupo familiar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

De Ciudad Evita a Santo Tomé











En Febrero de 1972, hice el primer viaje largo de mi vida, junto a mis padres, mi Tío Rulo (hermano de papá) y mis hermanos Isa, Celi y Fede.
Partimos a la madrugada, a bordo del Rambler Ambassador 400, modelo 1963 de papá.
Tenía porta equipajes, y un baúl inmenso (en esa época no existía el GNC).
Cargado al límite, emprendimos la travesía, recuerdo que mi Papá manejaba, mi Mamá iba en el medio y del lado del acompañante estaba mi Tío.
En la parte de atrás mis hermanos, muchos bártulos y yo. Tomamos la Av. Gral. Paz, de 2 manos de cada lado en esa época con un boulevard en el medio, luego la ruta Panamericana mucho más angosta, sin peaje y descuidada por demás, hasta la localidad de Zárate.
Llegamos antes del mediodía, mi padre de inmediato se dirigió a comprar el boleto para la balsa que nos cruzaría a la Pcia. de Entre Ríos, la balsa salía a primera hora de la tarde, nos acomodamos a orillas del Paraná de las Palmas, almorzamos y luego fuimos a visitar unos primos que vivían en la zona.
Las Balsas eran Militares, con motores diesel, existieron para pasar el rió Paraná en Zárate (Bs. As) hacia Entre Ríos, eran dos, una por cada tramo, ya que son dos brazos del río que deben atravesarse. Años después se construyo el puente Zárate Brazo Largo, una obra faraónica, con 2 carriles por mano y un paso ferroviario. La primera balsa la tomamos en Zárate y pasamos el brazo del Rió Paraná de las Palmas, luego hicimos en el auto unos 30 Km. y nos encontramos con el brazo del Paraná Guazú y subimos a la segunda balsa hasta llegar a Brazo Largo E. R. entrada la tarde ya en Brazo Largo, todo era arena y polvo... no había asfalto.
Tomamos la Ruta 14, que si ahora se la denomina "la ruta de la muerte", ¿se imaginan entonces?, era un camino todo de ripio, con peligrosas subidas, bajadas e interminables zanjones de cada lado que alcanzaban los dos o tres metros de profundidad. En ese momento comprendí, para que mi padre había comprado antes de subir a la balsa, esas rejitas que cubrían tanto el parabrisas, como los faros delanteros.
Un infierno de horas y horas de ruido ensordecedor, miles de piedritas golpeando el piso del auto sin cesar, no se podía mantener conversación alguna y la tensión era permanente, verdadera prueba para los nervios.
De pronto, mi papá gritó cuidado!!! a continuación pierde el control del Rambler, fueron segundos que parecieron eternos, el auto derrapó cargado como estaba y terminó a centímetros del zanjón.
¿Que había sucedido?
Horas atrás, antes de salir, pasamos por una gomería para arreglar una pinchadura, aparentemente no le ajustaron bien la rueda trasera derecha, por lo que esta se salió en medio del camino, por fortuna, el auto, al estar tan cargado no permitió que el neumático se saliese del guardabarros, de lo contrario, hubiésemos corrido con otra suerte seguramente.
Bajamos del auto y empezamos a bajar el equipaje del baúl, ya que la rueda de auxilio se encontraba al fondo del mismo.
Teníamos que apurarnos, ya que si nos agarraba la noche en ese lugar se tornaría peligroso, estábamos en plena ruta, con el auto cruzado en la casi inexistente banquina. Fue así, bajo un calor agobiante, que la familia entera puso manos a la obra.
Retomamos el viaje, agotados, sin reservas de agua ni comida.
Una hora más tarde , de repente el auto empezó a colear y papá con todas sus fuerzas trató de dominarlo, pero el vehículo estaba totalmente fuera de control, siguió su veloz carrera hacia la mano contraría, sin que mi padre pudiese evitarlo, ya encomendados el Señor, el bólido "desbocado" freno su aterradora marcha a centímetros del sanjón, esta vez de la mano opuesta.
Se había roto un extremo de la dirección, por ese motivo el auto siguió sin control tantos metros.
Nuevamente allí, en el medio de la nada, pero esta vez mucho más complicados.
La rueda delantera estaba casi salida, con el auto cruzado en la banquina.
Mi papá, como pudo, con un alambre ató el extremo a la rueda, a simple vista el auto parecía bien parado, pero era muy peligroso volver a la ruta en ese estado.
Anochecía, el cansancio y el stress había minado el ánimo de todos.
En ese instante, como por arte de magia, vislumbramos en lo alto de la lomada una silueta de lo que parecía un verdadero ser mitológico, echando humo por sus fauces.
Se trataba de un viejo tractor, que tardo varios minutos en acercase.
De esa mole, bajó un simpático y pequeño hombrecito, con marcado acento entrerriano, que no dudó un instante en tendernos una mano.
Fue así que atamos la linga que traía consigo al paragolpe del maltrecho Rambler, y debajo de una súbita lluvia tropical, el tractor comenzó a remolcarnos.
La imagen de esa mole remolcándonos era la de un esquiador acuático con su lancha delante, el tractor aceleraba y el Rambler con nosotros 7 adentro, iba haciendo eslalon a través del barro.
Unas horas más tarde, ya de noche, agotados, vislumbramos a la distancia las luces de un pueblo. Chajarí, Entre Ríos, una ciudad colonia de inmigrantes en su mayoría alemanes, ubicada al noreste de la provincia a unos 15 kilómetros del río Uruguay, en ese lugar nacieron mi madre y mi hermana mayor. Los abuelos de mi madre se afincaron allí a principios del 1900, vivió con su familia y se casó con mi padre en 1949. En el ’50 nació mi hermana mayor, en el ’52 y ’54 nacieron mis otras dos hermanas en Concordia, Ciudad vecina, y a fines del ’55, se mudaron a Ciudad Evita.
Paramos en un taller y mientras mi Papá y mi Tío hablaban con el mecánico,
fuimos caminando hasta la plaza del centro, casualmente, en ese mismo lugar se conocieron mis padres.
En esa época se acostumbraba como en todas las plazas del país, llegada la tardecita, dar vueltas en grupos alrededor de la plaza, fue así que en una de esas vueltas, mi padre levanto del piso un pañuelo que se le había caído a mi mamá, se lo alcanzó, ella sonrió en señal de agradecimiento y desde entonces fueron inseparables.

Nos encomendaron a mi hermano y a mí, ir hasta la Comisaría que quedaba a pocos metros de donde estábamos, a pedir agua y permiso para pasar al baño.
Nos recibieron muy bien, pero cuando llego el momento de ir al baño, vivimos una experiencia que ninguno de los dos a olvidado hasta hoy. Nos indicaron donde quedaba, debíamos atravesar un angosto pasillo, oscuro y con el piso semi inundado, esto no fue lo peor, cuando estábamos por la mitad, levantamos la mirada y giramos nuestras cabezas hacia la derecha, ahí nos dimos cuenta, que de ese lado no había solo una pared, estaban los calabozos, de pronto escuchamos leves chistidos que provenían del interior de las celdas, oscuras y malolientes.
De más está decirles, que no llegamos hasta el final del pasillo, en medio de esa oscuridad, solo atinamos a volver por donde vinimos, esta vez pegados a la pared, si bien no eran más de 20 metros los que nos separaban de la entrada, fue una verdadera travesía, los chistidos se transformaron en voces que murmuraban “¿nene no me traes agua?”, otras decían “chicos tomen ¿van a comprar cigarrillos?”, al mismo tiempo de esa oscuridad aparecían brazos que se estiraban hasta casi tocarnos, si el pasillo hubiese sido uno centímetros más angosto lo hubiesen logrado.
Finalmente llegamos a la puerta exhaustos, y salimos a paso veloz de la comisaría, cual fugitivos, todo esto hizo olvidarnos por un buen rato de nuestra imperiosa necesidad de ir al baño.
Luego de regreso a la plaza, quedamos mudos y no contamos lo sucedido hasta tiempo después.
A la mañana siguiente, mientras esperábamos que arreglen el auto, recorrimos a pie el pueblo, conocimos por fuera la casa de mis abuelos, un caserón ubicado en una esquina, todo era tal cual como mi madre no lo había descrito muchas veces, con un local a la calle, donde en su época, mi abuelo tenía su negocio de fotografía, y la inmensa galería a un costado que conocíamos también por fotos, era muy temprano y mis padres no quisieron molestar a los nuevos moradores, es así que luego de pasar por el cementerio para visitar a mi abuelo, regresamos al taller a retirar el auto y luego a la ruta para continuar viaje.
Cerca del mediodía, paramos a la vera del arroyo Mocoretá, un lugar soñado. Un pequeño arroyo de agua transparente, que a pocos metros del cruce con la ruta, se perdía en la vegetación, ya que los arbustos formaban una especie de túnel. Jugamos en el agua con mis hermanos y luego con ellos y mi papá, nos adentramos unos cientos de metros, por ese túnel natural, de una belleza incomparable, y de una perfección propia de un ingeniero. El sol que caía en picada a esa hora, y el calor era abrasador, pero allí dentro no se percibía, es más se sentía un aire fresco correr. Al ver que se ponía cada vez más oscuro y al mismo tiempo percibir movimiento en el agua, mi padre sugirió que volviéramos, ya que notó que se trataba de víboras que abundan en el lugar. Nuevamente en camino, estábamos cerca de nuestro destino y unas horas más tarde llegamos finalmente a Santo Tomé, a casi 1.000 kilómetros de Ciudad Evita lugar de donde partimos el día anterior. Santo Tomé pequeño pueblo, ubicado a la vera del Río Uruguay, en la Provincia de Corrientes, a pocos kilómetros de Paso de los Libres. En este lugar vivían mi Abuela paterna, mi Tía María Mercedes y mi prima Ramona. Hacía años que no se veían mi padre y su hermano con ellas, tanto que para mis hermanos y para mí sería primera vez que estaríamos frente a frente con ellas. Entramos al pueblo y luego de recorrer sus calles de tierra, llegamos a la puerta de una casa pequeña, pintada de blanco, con ventanas al frente y la entrada por un costado. Golpeamos las manos y fue en ese momento, al ver salir a mi abuela, sentí que algo se completaba en mi vida. Luego de un momento de profunda emoción, de abrazos, lágrimas y besos, entramos a la casa. Mi abuela María (para variar con los nombres), era el retrato de una aborigen salida del Billiken, con arrugas muy marcadas como nunca había visto antes, la piel curtida por el sol, manos grandes, ojos cansados y una sonrisa que me resultaba familiar, ya que era idéntica a la de mi padre. Recuerdo que me quede varios minutos observándola, nunca había visto a mis 7 años a una persona zaino conocí a mis otros abuelos, fallecieron mucho antes de yo nacer. Así que, estar frente al tronco de mi familia, me resultaba inédito, fascinante, y había en mí muchas preguntas para hacerle. Estaba allí ante mí, por primera vez, el inicio de mi sangre y el final de muchas preguntas con respecto a mi abuela. Detrás de ese rostro duro, encontré una mujer de pocas palabras, que me contó anécdotas inéditas de mi padre, de como deambuló por diferentes lugares hasta llegar allí, lo sacrificado de su vida y como pudo lograr subsistir ella y sus hijos a base trabajo incansable y la ayuda del “padrino” de mi padre, sin embargo al llegar al tema de mi abuelo, tal cual lo venía haciendo mi padre evadió el comentario. De mi abuelo paterno deberé escribir otro capítulo, que seguramente será el más corto, ya que no tengo ninguna referencia de él, quizás se oculte algo complicado, o vergonzoso, no lo sé, lo que sí sé es que tanto mi abuela como mi padre se lo llevaron a la tumba. Queda mi tío para volver a interrogar, la última vez que lo hice, aunque era yo muy chico, no me dijo nada en concreto, pero me dio la sensación que el tampoco sabía a ciencia cierta del tema. Los “Aguirre” si por algo se caracterizan es por tener historias ocultas, de no preguntar, ni ponerse a pensar demasiado acerca de ellas. Quizás esto los mantiene, a pesar de todo lo vivido, medianamente cuerdos. Continuando el relato… Volviendo a la descripción de la casa, lo que más me llamó la atención era el fondo, con un pendiente pronunciada ni bien terminaba la construcción, allí se encontraban todo tipo de árboles y plantas exóticas, no sé si había otra casa detrás, ya que la espesura de la vegetación iba incrementándose a media que uno se adentraba. Pasamos unos días increíbles, lleno de caminatas por senderos y calles serpenteantes con subidas y bajadas, con el río Uruguay a pocas cuadras, bajando la barranca. Finalmente estaba allí en los lugares donde mi padre desde que tengo memoria, me llevaba con sus relatos, sobre su primer trabajo en la maderera, donde de muy joven esperaban él y sus compañeros que desde lo alto de la barranca cayeran los troncos de pino al río y una vez allí, con grandes cepillos, se encargaban de lavar dichos troncos en el agua. También fuimos a conocer en vivo otra de las “historias”, la de un tío de mi papá que criaba nutrias. Este tío de papá era un personaje tal cual nos lo describiera e imaginábamos, un hombre mayor, también con la piel curtida, le faltaba una pierna, un personaje salido no de Billiken como mi abuela, yo diría más bien de una historia de tesoros y piratas. Vivía en una especie de cabaña rodeada de piletones que se confundían con la vegetación selvática del lugar, allí dentro de esos piletones, estaban esos fabulosos y simpáticos animales. Para ser sinceros, tanto mis hermanos como yo, nunca creímos demasiado, hasta ese momento, de estas “historias”, pero toda nuestra incredulidad dio paso a la fascinación, al comprobar la veracidad de las mismas. Luego siguieron fiestas de bienvenida por todo el barrio, aparecieron amigos de la infancia mi padre y tío, por ende cada uno era agasajado cada noche en una casa diferente. También fuimos en lancha hasta la vecina ciudad de Uruguayana en Brasil.Un lugar diametralmente opuesto a Santo Tomé, lleno de gente y urbanizado, allí conocí a los brasileños, que para mi asombro, no eran todos negros afro como suponía, si no que, por el contrario, en ese lugar la mayoría eran descendientes de alemanes y holandeses. Luego de 20 días, emprendimos el regreso, del viaje de vuelta solo recuerdo, quizás por el cansancio acumulado, que paramos una mañana en una chacra, donde por primera vez tomamos leche de vaca recién ordeñada. De Ciudad Evita a Santo Tomé, 1.000 kilómetros de recuerdos imborrables.

martes, 11 de noviembre de 2008

Hermana



Mariela Perla, si a todas mis hermanas las escrache con su nombre completo, ¿porque mi hermana de la vida no iba a correr con la misma suerte?


A diferencia de las demás, ella no fue nunca mi madre y no tiene mi sangre.


Al igual que las demás, me brinda su amor y su corazón, sin importar el paso de los años.


Si en verdad que no existe la amistad entre el hombre y la mujer, deberemos ser la excepción que confirma la regla.
Con Mariela nos conocemos desde los 13 años, íbamos juntos al Comercial 23, no se como nació nuestra amistad, lo que si se, es que desde entonces seguimos manteniendo esta relación, a pesar de los largos distanciamientos y vidas que nos llevaron a mundos diferentes.

No es fácil mantener las relaciones en estas épocas, y de éste tipo casi imposible diría, por eso tengo la necesidad de resaltar la amistad que existe entre Mariela y yo.

¿Como explicar lo que significa ella para mí? Es la persona que puedo contarle el más incomodo de los secretos o el más vergonzoso, sin ningún prejuicio o temor.

Amistad, que paso a ser entrañable, y no muto con el paso del tiempo.

Lo nuestro se mantiene inalterable, ha corrido mucha agua bajo el puente, largos períodos de no vernos como dije, pero aún así la "cotidianeidad" es lo corriente, tengo amigos de la infancia, que veo de tanto en tanto, pero con esta mujer es diferente, es mi "hermana" no tengo otra palabra para explicarlo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los Tiburones


En quinto año del secundario me uní a este equipo de fútbol, al cual fui llevado en carácter de invitado por  mis amigos de las infancia, los mellizos Daniel y Orlando Torrisi.
Fue volver al barrio, ya que luego de 4 años de "destierro", volví a formar un grupo con gente de mi comunidad, era como un futbolista de esos que vuelven del extranjero a jugar a su club de toda la vida.
Lo Tiburores, equipo conformado en 1982 por el 4to. año del Colegio Mariano Etchegaray de Ciudad Evita,  la misma institución en donde 5 años antes no había conseguido vacantes para mi primer año, lo que motivo mi partida a las lejanas tierras del Comercial 23 de Caballito.
Si bien a los únicos que conocía eran a los mellizos Torrisi, fui recibido como uno más en el grupo y adaptándome de inmediato al mismo.
La cita  futboleraera los sábados por la mañana en la puerta del Colegio, desde allí partía el plantel de 11 jugadores, más un par de suplentes, hacia la cancha que se encontraba a 2 cuadras, en un terreno baldío pegado a Gendarmería.
Mi puesto era de delantero de punta, y con la número 9, debuté ese mismo día por la lesión de Marcelo Capolongo, que jugaba en ese puesto.
Encaje justo en el andamiaje del equipo, estaba muy cómodo, mis nuevos compañeros me trataban como si hubiese jugado con ellos desde el principio.
Este equipo estaba formado hacía ya meses y sin embargo parecía uno más, hasta hice un gol ese día.
Terminado el partido, como ya era costumbre entre ellos, se juntaban en el mercado detrás del Colegio Etchegaray, donde hacían una “vaquita” e iban por bebidas para recuperar la hidratación.
Recuerdo ese primer día como si fuese hoy, llegado el momento del descanso allí estábamos todos sentados contra la pared de ladrillos a la vista, transpirados y agotados compartiendo las bebidas, y en ese distendido ambiente uno de los mellizos, el Nano, sacó de su bolso un cuaderno rayado tipo "Asamblea", de color naranja, tapa blanda, que si bien estaba escrito por la mitad, el mismo casi no podía arrimar sus tapas.
Nano acto seguido tomó una birome, lo abrió y en la primera hoja en blanco  comenzó a escribir, relatando en voz alta lo que iba volcando en el cuaderno de tapa blanda, en lo que pensé era su "diario íntimo".
Pero para mi asombro, éste cuaderno hacía las veces de un diario deportivo "Olé" de la época.
Orlando, con el recuerdo fresco del partido, volcaba utilizando un lenguaje que nada tenía que envidiarle a Horacio Pagani o cualquier otro periodista deportivo famoso de la época, una detallada síntesis del partido que habíamos disputado hacía algunos minutos.
Una iniciativa genial, que hacía algo más que divertirlos con la forma y el modo de describir las jugadas, los motivaba, le daba importancia a pertenecer a este grupo y al compromiso que tomaban semana a semana.
Yo mismo en mi primera experiencia, me sentí reconocido, ya que mi desempeño en el campo de juego estaba plasmado en el papel, con puntuación y todo, había una crónica de lo acontecido .
Luego, una vez en su casa, el trabajo de Nano continuaba, recortando de revistas y suplementos deportivos fotos que pegada en ese cuaderno en los espacios que había dejado en blanco, con una descripción de la jugada y cambiando los nombres de los personajes de la foto, por los de su equipo, Los Tiburones.
Era así que por ejemplo, una foto del mono Clausen, el famoso 4 de Independiente, trabando una pelota con un delantero de Racing, era reemplazado por el nombre de él mismo, Orlando Torrisi, otra del 8 de Boca Riquelme, por el nombre de Enrique Del Valle, o alguna del mono Navarro Montoya por el de nuestro arquero Rolo Sileo.
Es así que el día lunes todos sus demás compañeros que no formaban parte del equipo o no habían podido ir a la cita, esperaban ansiosos leer dicha crónica, debatir y criticar la misma. Era material de lectura de toda la división, de algunos profesores y pasado el tiempo era también leído por otras divisiones.
Para los que no pertenecían al grupo al principio les parecía un disparate, pero pasado el tiempo se daban cuenta que era un trabajo que demandaba horas y que esta hecho con mucha calidad, amén que a uno le gustara el fútbol o no, a pesar de que no tuviese demasiada apariencia de una revista deportiva en su exterior.
Este ritual se cumplió desde el inicio del equipo hasta su disolución 2 años después.
Nuestra fama fue creciendo, ya que los triunfos obtenidos ante todas las divisiones mayores del colegio, estos logros nos llevaron, más  este periódico nos hicieron conocidos y respetados más allá del mismo colegio.
Por consiguiente, no tardaron en llegar desafíos de varios colegios de la zona, a los que íbamos superando uno tras otro.
Yo luego de un año era conocido en el Etchegaray como uno más, cosa que me hizo sentir nuevamente en el barrio.
Fueron tiempos muy felices con este grupo, que me dejaron muchas anécdotas y enseñanzas.
Luego al terminar mis compañeros de equipo el 5to. año, el equipo finalmente se disolvió.
Una vez nos reunimos casi todos para jugar un campeonato de 8, si bien teníamos 20 o 21 años, y estábamos totalmente fuera de estado, parecíamos más bien un grupo de glorias de esos que se juntan en un partido homenaje.
Empezamos medianamente bien, ganamos cómodos el primer partido del hexagonal, pero al segundo, ya exhaustos, fuimos superados claramente, tanto física como anímicamente.
Para colmo a poco de terminar ese partido, no tuve mejor idea que salir en defensa  de un compañero, el negro Alfredo Soto, que tras una serie de duras faltas a las que le venía cometiendo un defensor del equipo contrario, de casi dos metros de alto, contextura parecida a la de Rolando Schiavi, para que se den una idea.
Aclaro que siempre fui un torpe para las peleas y esta vez no salí de la media, este ropero humano cayó al piso tras cometerle una dura infracción a mi amigo, estando allí en el suelo no tuve mejor idea que darle un certero puntapié en el medio del huesito dulce, el cual obviamente ni cosquillas le hizo al ogro, el tipo se paró frente a mí, y yo solo atiné a caminar hacia atrás, y al darme vuelta para echarme a correr, de repente, sin mediar palabra, el arquero contrario me aplicó un cross de derecha, que me dejo grogui en el medio de la cancha, y al ver que mi vida corría serio riesgo, me hice el desmayado, de inmediato mis amigos me levantaron del suelo y me alejaron del lugar, recién abrí los ojos cuando me aseguré que estaba a una distancia prudencial de mis virtuales asesinos.
Volví a casa con un ojo morado, exhausto y con la sensación que todo tiene un final y que uno se da cuenta cuando esto ocurre.
Así fue la desdibujada despedida del equipo, que obviamente no empaña todo lo logrado y disfrutado juntos.

Los Tiburones, un grupo de secundaria que dejó huella en mi vida.