Ya no siente el frío,
ni esas gotas,
que acarician una tras otras
sus Guillerminas de tacón.
En franco desmedro
la tarde se hace noche,
esperando en el andén,
aquél coche,
de las ilusiones perdidas.
Sabe a ciencia cierta,
que es infructuosa la cruzada,
la estación de su imaginación
hace tiempo que está cerrada.
Sin embargo espera sentada
en su maleta de cuero negro.
Mirando tras la cortina de agua,
los párpados se le empapan,
disimulando las lágrimas,
que brotan de esos ojos
grises como el cielo.
Sin más por hacer,
más que permanecer
mirando a la nada.
Quizás un milagro
provoque la campanada,
que anuncie la llegada
de eso que tanto anhela.
Y si no sucediera,
lo mismo daría
ya no importaría
no tiene donde ir...
ni esas gotas,
que acarician una tras otras
sus Guillerminas de tacón.
En franco desmedro
la tarde se hace noche,
esperando en el andén,
aquél coche,
de las ilusiones perdidas.
Sabe a ciencia cierta,
que es infructuosa la cruzada,
la estación de su imaginación
hace tiempo que está cerrada.
Sin embargo espera sentada
en su maleta de cuero negro.
Mirando tras la cortina de agua,
los párpados se le empapan,
disimulando las lágrimas,
que brotan de esos ojos
grises como el cielo.
Sin más por hacer,
más que permanecer
mirando a la nada.
Quizás un milagro
provoque la campanada,
que anuncie la llegada
de eso que tanto anhela.
Y si no sucediera,
lo mismo daría
ya no importaría
no tiene donde ir...
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