Seguidores

jueves, 12 de febrero de 2009

VIAJE AL INGENIO II

































































Quedaron muchas cosas en el tintero, sinceramente las noticias negativas sobre el Ingenio me cayeron como un balde de agua fría, pero como me dijo una sabia amiga, cuando uno es joven busca ídolos o pertenencia, cuando crece, se da cuenta generalmente, que estas referencias fueron exacerbadas o agigantadas y terminan defraudándolo de una u otra manera. Por eso en esta segunda parte, me parece justo resaltar los aspectos positivos de este viaje al Ingenio, el hecho que a partir de esta fábrica, una ciudad pudo desarrollarse, dándole bienestar a miles de personas desde principios del siglo pasado y así también el sentimiento de pertenencia que generó en mi juventud. Resaltar el don de gente de los tucumanos y los paisajes maravillosos que conocí de esta provincia, bien llamada el jardín de la república.
Contar también, sobre todo, las excursiones a las que mis compañeros nos llevaron, como por ejemplo la de Tafí del Valle, que fue sin dudas la más impactante y por ende la que tengo más grabada en mi memoria.

El día viernes uno de nuestros compañeros, nos llevo a recorrer San Miguel, en especial la histórica casa de Tucumán.Quiero detenerme en los retratos que grabé en mi memoria al entrar a la capital de la provincia.
Luego de atravesar un incipiente barrio de casas precarias, humildes y de desordenada urbanización, se abría paso una ciudad donde la limpieza y pulcritud se conservaba (de acuerdo a los dichos de los habitantes del lugar) desde la última dictadura.

Los cordones de las calles y avenidas pintados al igual que los troncos de los árboles de blanco, tal cual como estaba acostumbrado a ver en los Regimientos que visite con mi padre, ese típico e inconfundible orden castrense.
También me enteré que en los años oscuros, estos barrios de la periferia que hoy se veía en pleno auge, fueron eliminados por topadoras de un día para otro.
Imagine, que en esos años, todo se vería más como un verdadero cuartel, sin miseria, ni pobres, ni marginalidad, y que por ende, todos estos aspectos eran acaparados por los mismos uniformados que establecían el orden.

Seguidamente, entramos en el Parque 9 de Julio, este inmenso paseo diseñado por Carlos Thays, el mismo que diseño el Parque 3 de febrero.

En él se encontraban, entre otros centros deportivos, culturales y recreativos, el autódromo Nasif Estéfano (nombre del piloto de autos más famoso del la provincia), el palacio de los deportes, un gimnasio para variada actividad, el Lawn Tennis Club, el Club Hípico y la Facultades de Filosofía y Letras, la de Psicología y Odontología, la Casa de la Cultura y así como también el Rosedal y el Jardín Italiano .

Sinceramente recorrimos maravillados este predio fascinante, mientras lo hacíamos empezábamos a darnos cuenta que la Argentina no terminaba en esa gran urbe llamada Buenos Aires.


Salimos del Parque y por una avenida ingresamos al casco céntrico e histórico de San Miguel, al final de dicho ingreso, se veía en el horizonte, nuevamente esas montañas de color azul grisáceo, que engañaban la vista, ya que se asemejaban a una tormenta amenazante.


Paso seguido estacionamos el auto a metros de ese lugar tan conocido y muchas veces visitado por nosotros en las revistas Anteojito o Billiken.

Se trataba de la histórica Casa de Tucumán, fue emocionante ver esa casa pintada de blanco impecable y atravesar sus puertas abiertas pintadas de verde, llegar a un jardín, no tan conocido por nosotros, rodeado de un patio en galería en forma de cuadrilátero.

Entrar en la sala donde se declaró la independencia fue un verdadero descubrimiento, jamás pensé que esas cuatro paredes significaran tanto para mí o para cualquier persona que hubiese estudiado nuestra historia, quizás sea porque el corroborar que existió y existe un lugar tan importante para nuestra vida como nación, uno cobra conciencia de su valor.

Simplemente quiero recalcarles que yo tenía por entonces veinti tantos años, por ende, como a cualquier persona de mi edad y generación, no estaba arraigado en mí "el orgullo de lo nacional", pero el pisar esa casa me conmovió, por eso creo que es una experiencia que todo ciudadano de este país debería vivir, es más, lo ideal pienso, es que todos los chicos en edad escolar tendrían que tener esa posibilidad.
No solamente allí, si no en tantos lugares donde se forjo nuestra historia.

Me viene a la memoria una anécdota de Silvina, mi mujer, cuando fue con sus alumnos a visitar la Ciudad de San Lorenzo y que estando parada en ese campo donde se libró una de las batallas más importantes de nuestra historia, sintió revivir su época escolar y sobre todo esa sensación emocionante de pisar el mismo lugar donde muchos compatriotas dejaron su vida por nuestra libertad.

Llegada la tarde, con el sol perdiéndose tempranamente detrás de las montañas, recorrimos el predio ferial de la Ciudad, que sinceramente, luego de tantas emociones, si bien era muy grande y con una variada muestra de artesanías de la región, nos pareció, quizás también porque estábamos agotados, que no era un lugar extraordinario.

Volvimos entrada la noche a Concepción, si el camino por la ruta 38 nos había parecido riesgoso durante el día, con esa oscuridad típica de una noche sin luna, reflotamos toda nuestra galería de oraciones y ruegos olvidados hasta entonces.

Al día siguiente, todavía con la niebla matinal, paso otra de nuestras compañeras a buscarnos, Marta, que junto a su marido, nos llevarían al que sería el viaje más disfrutado y recordado por mí.

Tomamos como siempre la ruta 38 hacia el noreste, pero esta vez previo paso por Monteros, pueblo natal de Marta, donde conocimos a sus padres, desayunamos con ellos y escuchamos atentamente todo lo que esa pareja de ancianos, de mirada tranquila y amabilidad extrema, nos contaba sobre su pueblo.
Seguimos viaje, tomamos la Ruta Provincial 307 hacia el noroeste, este camino conocido como el de los Valles Calchaquíes.

Trepar la sierra por la ruta 307 era un espectáculo en si mismo, meterse en esa selva espesa, que caía en picada a los costados, con el camino como única referencia, era fascinante.

Mientras viajábamos nuestros guías nos contaban historias sobre la guerrilla que se instaló en ese lugar en los 70 y comprendimos cuan inexpugnable era su posición y porque se comparó tanto esta contienda entre estos y los militares, con la de los yanquis en Vietnam.

Luego de varios kilómetros de ascenso, descubrimos también lo afortunados que éramos en contar con tan buen conocedor del lugar como el marido de Marta, debo admitir que por sus relatos y sapiencia sospeche que hablaba con conocimiento más allá de lo corriente, pero sinceramente me dio temor ahondar sobre el tema. Por un momento me lo imagine, con un habano en la boca y ese gorrito verde de fajina, al mejor estilo del Che.
Pero sin dudas, no era para cualquiera manejar por ese camino serpenteante y por demás riesgoso.
Finalmente y como un destello, apareció frente a nosotros en un valle a 2000 metros de altura el Embalse La Angostura, un espejo de agua con un brillo mágico, el dique del Mollar. Llamado así por el pueblo situado junto a él, si el mismo Mollar al cual le canta Mercedes Sosa.
Les recuerdo que tanto Javier mi compañero en esta excursión, como yo, éramos más bien bichos de ciudad, con un conocimiento escaso del interior, menos aún de los paisajes de montaña.

De más está decirle entonces, que estábamos extasiados ante lo que se nos presentaba delante de nuestros ojos.

No existía cámara, ni video que pudiese guardar todo lo que nuestros ojos gravaban casi sin pestañar.
Comprendí como la naturaleza es infinitamente más abrumadora que cualquier cosa inventada por el hombre, como no existe nada capaz de superar un espectáculo semejante.


El Mollar, un pequeño pueblo de casas bajas, totalmente árido, cual película del lejano oeste, entre los cactus más grandes que he visto en mi vida, su altura promedio alcanzaba el metro y medio.
Más adelante, costeando el lago del embalse, el valle comenzaba a ensancharse y al final de la ruta nuestro destino final, Tafí del Valle.

Tafí del Valle, otro lugar soñado, apartado de la locura urbana, con sus callecitas de cuento, prácticamente sin transito vehicular, y con gente amigable y sencilla que brindada hospitalidad a cada instante.
Almorzamos allí, los famosos tamales, que no hicieron más que aproximarnos aún más a nuestras raíces, quien no tiene en su memoria esos cantos de los vendedores ambulantes ofreciendo “tamales” por las calles de la colonial Buenos Aires.
Recorrimos cada rincón del lugar, queríamos llevarnos en nuestra mente ese paraíso, una verdadera burbuja donde el tiempo quedó detenido y la paz se respiraba a cada paso.

Debería terminar esta historia con un ¡visite Tucumán!!!, pues así lo haré.

























No hay comentarios: