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miércoles, 10 de febrero de 2010

El último cigarrillo 2


Hoy he dejado de fumar, por segunda vez en un año. Escribí en este blog el 6 de enero del 2009, El último cigarrillo, creo que ya sabía que volvería a reincidir, y busqué al dejarlo por escrito, como una especie presión extra con fecha y todo de mi compromiso de dejar el pucho.
Bueno, esto no dió demasiado resultado, ya que a los dos meses volví a fumar, la mayoría de la gente que leyó la primera parte, le causo gracia la forma en que describía mi padecer al dejar el vicio. Yo les digo que si bien le pongo humor a mis padecimientos, este fue uno de los que más me costo y cuesta sobrellevar.
Por eso siempre me disculpo a mi mismo, diciendo: "para que voy a dejar de fumar, si esto me acarrea un sufrimiento quizás mayor al de sentirme ahogado y sin fuerzas"
Dejar algo que hace mal a la larga, para sentirse mal al instante de dejarlo, es sin dudas un tema que habría que analizar un poco más detenidamente.
Casi siempre me impulsa el compromiso de dejar de fumar, el sentirme mal físicamente, como ayer en la pileta.
En mi primera incursión al natatorio, una pileta semi olímpica, climatizada, con sus bellos andariveles, perfectamente marcados y una no menos bella guardavidas, reinicié mi camino en los deportes.
De ante mano sabía que podía sucederme en cuanto hiciera mi primer "largo" de pileta. Sabía que mi cuerpo pediría oxígeno desesperadamente en cuanto tocara el borde al llegar a la meta.
Fue así que me largué a la aventura de cruzar lo que era para mí el Rio de la Plata.
Sin dudas, el recorte de mi capacidad pulmonar debido a la gran cantidad de cigarrillos que consumí en los últimos meses, se hizo notar, pero no se si también porque esta pileta era un poco más larga de lo que estaba acostumbrado, o que sentía que la joven guardavida no me quitaba los ojos de encima, y por ende los nervios se apoderaron de mí, pensando, si se reiría de mi estilo "a la que te criaste" de nadar, o si estaba preocupada que este viejito no llegara al otro lado, lo que si no pensé en ningún momento es que esta niña, me mirara encantada por mis dotes de nadador y mi físico escultural.
Finalmente, con todos estos pensamientos rondando mi cabeza, llegué a la meta, no tan exhausto como pensaba en un principio, así que sin mediar otra cosa, di media vuelta y volví a salir al mejor estilo Michael Pells, llegando a la mitad de la pileta sentí que mi oxígeno se había acabado, mis brazos y piernas se detuvieron, gracias a Dios ya hacía píe en ese lugar, con gran soltura, al mejor estilo de Escuela de Sirenas, empecé a brincar y bracear, sin mirar hacia el costado donde tenía a la guardavidas a menos de 2 metros de distancia, disimuladamente llegué a los más bajo, y me senté en una actitud de descanso y relajación.
No saque mi cuerpo del agua por unos minutos, temía que si alguien viese como mi corazón se escapaba del pecho, llamaran de inmediato a los paramédicos.
Durante el lapso de una hora, la cosa no se modificó demasiado, eran un largo y descanso, por supuesto el tiempo de recuperar el aire era dos veces mayor al de cruzar el largo de la piscina.
En ese momento decidí dejar de fumar, me sentí muy disminuido por lo poco que resistía nadando, y sobre todo mi forma de "boquear" tratando de conseguir aire desesperadamente para mis pulmones, si bien los años pasan, el cigarrillo sin duda es el culpable de mi desastroso estado físico.
Cinco minutos antes de terminar la hora, salí de la pileta, temía que si me quedaba unos minutos más, debería pedir ayuda para subir los dos pisos que me separaban de los vestuarios por escalera.
Tapándome la cara con la toalla, no por vergüenza, sino para que la gente no se asustara por mi forma de buscar el equilibrio a mi respiración, subí los dos pisos como pude y me adentre en los vestidores.
Allí, el ambiente era más irrespirable que debajo del agua, el calor, la falta de aire lo volvían similar al infierno mismo.
Me cambié sin ducharme, ya que estaba atestado de gente, con el toallón alrededor del cuello, la camisa desabrochada y los ojos rojos por no haberme percatado del pequeño detalle de usar antiparras, salí velozmente de ese lugar, al llegar a la calle y con la leve brisa de la noche, recién sentí que mi corazón bajaba unas revoluciones, fue un volver a la vida.
Se cumplen doce horas que dejé de fumar, y en el medio hice una trasgresión ya, como se me corto la luz en el medio de un trabajo que no alcance a grabar, y como endemoniado salí desesperadamente en buscar de mi válvula de escape, le pedí un cigarrillo suelto a la señora del kiosco, pero terminó vendiéndome un atado de veinte.
Me quedan diecinueve todavía, pensé en tirarlos o dárselos a mi hermana que fuma como me gustaría hacerlo a mí, a ella un atado le dura diez o quince días, quien pudiera!!!.
No se que voy hacer aún, seguramente al primer cristiano que me pida una moneda o un cigarrillo le daré el atado, para luego comprarme otro, espero que no, que esta vez la constancia en la natación, me lleve a dejarlo de una vez por todas, eso lo sabremos en la tercera parte de esta historia.

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