Ayer luego de pasar una tarde con la familia jugando con el agua, para mitigar los treinta y cinco grados, nos sorprendió un pichoncito que cayo del Tilo que tenemos en el fondo.
Como se imaginarán las nenas, se le abalanzaron, el pobre estaba muy débil, ni intentaba escapar, pasando de mano en mano, el gurrumín se veía en el tramo final, las chicas le acercaron agua, pan mojado con leche, intentamos infructuosamente darle en una tapita de gaseosa un poco de agua, pero el fatigado pichón ya no podía con su alma.
Pasaron unos minutos y luego de una efímera recuperación, su vida se fue apagando de a poco en la palma de mi mano, mientras a mi alrededor las antes entusiasmadas niñas, comenzaban a lagrimear, intenté como pude reanimarlo pero sentía como lentamente dejaba de respirar.
Cuando lo deposité en la mesa, quedó inmóvil y sin signos de vida, ya no había nada por hacer.
El cuadro de vida y alegría de minutos antes, cambió a muerte y tristeza en un abrir y cerrar de ojos.
Ver esas niñas llorando a mares, desconsoladas, como si su propia madre se les hubiese muerto en sus brazos, daba una clara muestra de lo que vale la vida, cualquiera que sea, para el ser humano, más aún para un niño puro, esa pureza que no se vuelve a tener nunca más....
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