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miércoles, 6 de mayo de 2009

Vacaciones inolvidables











Principios de 1998, mi familia y yo, compuesta en ese entonces por mi mujer Silvina, y dos de mis hijos, Juli de 4 y Cori de 2 años, emprendimos las que denominaremos por siempre como vacaciones inolvidables.
Por ese entonces no teníamos vehículo propio, por ende emprender con dos chicos de tan corta edad, un viaje en micro, era casi una tarea ciclópea, aunque se tratase de escasos siete días.
Cargar 3 bolsos, 1 sombrilla y 2 carritos "paragüitas" mas los mencionados gurrumines, solo podía lograrse, con ganas, juventud e imperiosa necesidad de salir de la rutina anual.
Siendo las 22 hs., iniciamos el viaje a Santa Teresita, con todos los Santos en nuestro itinerario ya que el micro partiría desde San Justo.
Bajo una lluvia torrencial, subimos al remis que nos llevaría, desde nuestro hogar en Tablada, por escasos 2 Km. hasta la parada de ómnibus.
La tormenta se hacía a cada cuadra más intensa, hasta que en mitad del recorrido, en una oscura boca calle, de pronto el Renault 12, se sumergió en un pequeño lago formado en la intersección mencionada, para luego de hacer unos pocos metros detenerse por completo.
Pasaron unos segundos de silencio profundo dentro del vehículo, seguidamente el chofer trato infructuosamente de ponerlo en marcha, cruzamos miradas y bajamos al unísono del mismo, antes, ni bien abrimos las puertas delanteras, el agua ingresó cual torrente.
Un vez fuera, con el agua por arriba de las rodillas, mientras Silvina y los chicos permanecían sentados como indios en el asiento trasero para no mojar sus pies, el chofer y yo empezamos a empujar para sacar de ese incómodo lugar al Renault.
No con poco esfuerzo logramos nuestro cometido, y luego de dos o tres intentos, el auto arrancó.
En ese momento miré mi reloj algo empañado por el agua, y me dije, menos mal que salimos temprano, ya que a pesar de este contratiempo llegaríamos con suficiente margen a la parada.
Una vez allí, busque en mi bolso de viaje otro par de zapatillas y medias, me cambié y pensé nuevamente, ya está, aquí no paso nada, todo salió bien.
Pasadas las 00.15, una hora más tarde del horario del micro, seguíamos allí esperando nosotros y los 20 pasajeros restantes, previamente, empezaron los reclamos y pedidos de explicaciones por parte de los viajantes, pero recién en ese momento pasada la medianoche, obtuvimos una respuesta por parte de la empresa: "El micro tuvo un desperfecto, se llueve más adentro que afuera , por ende debemos esperar que nos manden un reemplazo".
Volví a pensar, no hay mal que por bien no venga, salir a la ruta con este clima y con un micro que se llueve todo, no es la mejor idea, quizás en unos minutos el clima cambie y además iremos en un transporte en condiciones.
Cerca de las 2 AM, ya sin saber como sostener a los otrora inquietos niños, convertidos en sonámbulos de 20 y 30 kgs. respectivamente, apareció nuestro transporte.
La lluvia había cesado casi por completo y el tiempo insinuaba mejorar.
Mis deseos cumplidos dentro de la adversidad, sin lluvia y con micro nuevo.
Partimos 2.30 AM, Cori y yo en el 3er. asiento del lado del conductor, Silvi y Juli del lado opuesto.
Ni bien empezada la travesía, el copiloto subió a poner la clásica peli para el viaje, notamos con Silvi que a un volumen exagerado, pero ya no estábamos a esa altura de la madrugada para iniciar ningún otro tipo de reclamo.
A los 40 minutos de viaje, ya todos los pasajeros dormían, a pesar del enajenante sonido de las naves espaciales atacando la Casa Blanca, con sus rayos devastadores, sí, como para relajarnos no tuvieron mejor idea que pasar “El día de la independencia” a todo volumen, luego comprenderíamos que el motivo era otro.
Con la mirada perdida en la oscura ruta, iluminada solamente por los faros del micro, empecé a divisar a la distancia luces, que a medida que nos aproximábamos dejaban ver una gran rotonda.
Me despabilé por completo, tuve un presentimiento, fije la vista y note de inmediato que el micro no disminuía su velocidad a medida que nos acercábamos, recuerdo que me dije: lo único que falta es que se haya quedado dormido el chofer.
De pronto de la intersección apareció otro micro que intentaba desesperadamente detener su marcha, mientras hacía luces y tocaba su bocina infructuosamente, en ese momento vi la trompa pasar junto a mi ventanilla, tan cerca, que pude ver la cara de pánico del chofer, e imagino que él la mía, inmediatamente después, nuestro chofer al dar un volantazo subió a los clásicos triángulos que se forman en las entradas de las rotondas, el bólido empezó a mecerse con gran fuerza de un lado hacia otro y todo el equipaje de mano guardado en las bauleras, volaba sin control por el pasaje, fueron segundos eternos de gritos y terror, que terminaron tan de repente como habían comenzado.
Al volver del aturdimiento, me di cuenta que tenía a mi pequeña niña aferrada a mi brazo, en silencio y más que nunca hablándome con sus enormes ojos negros.
Inmediatamente después, mire hacia mi derecha y estaba mi mujer, abrazando a un Juli completamente dormido, con una cara de terror como jamás la había visto en ella.
Luego, empezamos a preguntarnos los pasajeros unos a otros si estábamos bien, por suerte nadie salió lastimado.
Los choferes no daban señales de su existencia, por eso una vez recobrados del susto, accedimos a la parte delantera, donde no había nadie y los rastros del accidente se notaban claramente.
El parabrisas destrozado y todo el habitáculo en completo desorden, cuando bajamos, observamos aterrados como el micro estaba encajado en el barro a centímetros de un zanjón de 2 metros de profundidad, con toda la parte inferior del frente destrozada al igual que las cubiertas delanteras.
Finalmente a unos cuantos metros cerca de la ruta encontramos a los choferes, también en shock, que con todo tipo de excusas evitaban explicarnos lo sucedido.
Ante nuestra presión, reconoció uno de ellos que se habían quedado ambos dormidos, ya que no habían descansado bien desde hacía días, pués no era la primera vez que debieron salir hacia la costa ni bien llegados de la misma, casi sin parar.
Una hora después, al llegar dos micros de la misma empresa, los pasajeros de ambos se ubicaron todos en uno, para dejar libre el que nos trasladaría finalmente a nuestro destino.
Cabe aclarar, que entre los más jóvenes del pasaje, tuvimos que trasladar, en medio del pastizal y el agua, todos los equipajes de un vehículo al otro.
Para ese entonces, me dije, una vez retomado el viaje, exhausto y empapado, que dejaría de ver las cosas del lado positivo, ya que cada vez que lo hacía
las situaciones se tornaban más dramáticas.
Pasadas las 10 AM entramos a Santa Teresita, Juli despertó y lo primero que dijo fue: ¿Por qué cambiaron las cortinas del micro?.
De inmediato todo el pasaje comenzó a reír, sirvió para descargar la angustia que cada uno de nosotros aún tenía dentro.
La historia no termina aquí, luego sobrevendrían situaciones no tan dramáticas pero que sumadas unas con otras, podrá decirse, que lo sucedido hasta el momento no es digno por completo de llevarse el título de este relato.
Llegamos a la terminal, de desde allí con un remis nos dirigimos al departamento que nos prestara una amiga de la familia.
Muy bien ubicado a 3 cuadras del centro y a 2 de la playa, entramos y para nuestro asombro, si bien nos lo había descrito como un pequeño lugar, no nos habíamos imaginado, que amén de ser chico, era tan oscuro, incómodo, con ese olor característico del encierro y humedad.
Lo primero que tratamos de ubicar fue el patio que nos contara, es así que luego de abrir una persiana hasta el piso, nos encontramos con el bendito patio, que medía 2 por 4 metros y daba a otra ventana enfrente.
Al mirar hacía arriba, solo veíamos más departamentos, por ende el sol brillaba por su ausencia casi todo el día.
Recordé lo de ver las cosas positivamente, pero esta vez no pude dar con algo que me inspire a hacerlo.
Regresamos a la pequeña cocina, comedor, living y sala de estar de 2 x 3 y nos sentamos en las únicas tres sillas que había, por suerte Cori se arreglaba en su paragüitas.
En el otro ambiente nos encontramos con la habitación, compuesta por una cama de plaza y media y una cucheta, donde quedaba solamente espacio para una sola mesita de luz.
Ni bien abrimos el roperito, nos topamos con una infinita variedad de ácaros, digna de un congreso sobre alergias.
Abrimos la pequeña ventana que daba al patio mencionado y de inmediato sentimos la sensación de estar en un verdadero aguantadero, donde mantienen cautivos a sus víctimas los secuestradores.
Al rato el sol desapareció y dio paso a una tenue llovizna, menos mal que no era domingo por la tarde pensé, ya que el resto del entorno propiciaba uno que otro intento de suicidio.
Luego de ir a comprar lavandina y lisonform, e inundar los ambientes con ellos, salimos a almorzar afuera, ya que allí comprendimos que solamente podríamos encender la cocina para calentarles la leche a los chicos.
Ver el mar!! esa era la consigna, pero si bien estábamos cerca no era aconsejable para las criaturas, había bajado la temperatura y la llovizna aparecía de a ratos.
Así que luego de comer, volvimos pegaditos a los frentes para cubrirnos del agua.
Nos quedamos un buen rato en la entrada del edificio, ni ella ni yo quería volver a entrar, aunque estuviésemos sin dormir desde el día anterior, y que ansiábamos una siesta.
Finalmente entramos, y el sueño nos venció a los cuatro.
Desperté sobresaltado, estaba oscuro, no sabía bien donde estaba, choque mi tobillo con la mesita de luz y alcancé a prender el velador que se había caído.
En ese momento me di cuenta, que todo era real, no estaba viviendo en una pesadilla.
A la noche, ya sin lluvia pero con viento y frío, volvimos a comer fuera, regresamos y nos acostamos con la ilusión que al día siguiente las cosas fuesen diferentes.
En siete días de estancia en Santa Teresita, llovieron seis y fuimos 1 sola vez a la playa y gastamos más dinero que si nos hubiésemos alojado en el Hyatt.
Para finalizar, el viaje de vuelta fue al mediodía con un sol y calor agobiantes, en un micro con escaso aire acondicionado y los niños por demás fastidiosos.
Volví a subir a un micro casi 10 años después, comprobé que el miedo y esa sensación de estar a la buena de Dios no habían desaparecido aún.
Estas vacaciones inolvidables, fueron el hito que nos movilizó a empezar ahorrar para comprarnos un auto.



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