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lunes, 10 de noviembre de 2008

Los Tiburones


En quinto año del secundario me uní a este equipo de fútbol, al cual fui llevado en carácter de invitado por  mis amigos de las infancia, los mellizos Daniel y Orlando Torrisi.
Fue volver al barrio, ya que luego de 4 años de "destierro", volví a formar un grupo con gente de mi comunidad, era como un futbolista de esos que vuelven del extranjero a jugar a su club de toda la vida.
Lo Tiburores, equipo conformado en 1982 por el 4to. año del Colegio Mariano Etchegaray de Ciudad Evita,  la misma institución en donde 5 años antes no había conseguido vacantes para mi primer año, lo que motivo mi partida a las lejanas tierras del Comercial 23 de Caballito.
Si bien a los únicos que conocía eran a los mellizos Torrisi, fui recibido como uno más en el grupo y adaptándome de inmediato al mismo.
La cita  futboleraera los sábados por la mañana en la puerta del Colegio, desde allí partía el plantel de 11 jugadores, más un par de suplentes, hacia la cancha que se encontraba a 2 cuadras, en un terreno baldío pegado a Gendarmería.
Mi puesto era de delantero de punta, y con la número 9, debuté ese mismo día por la lesión de Marcelo Capolongo, que jugaba en ese puesto.
Encaje justo en el andamiaje del equipo, estaba muy cómodo, mis nuevos compañeros me trataban como si hubiese jugado con ellos desde el principio.
Este equipo estaba formado hacía ya meses y sin embargo parecía uno más, hasta hice un gol ese día.
Terminado el partido, como ya era costumbre entre ellos, se juntaban en el mercado detrás del Colegio Etchegaray, donde hacían una “vaquita” e iban por bebidas para recuperar la hidratación.
Recuerdo ese primer día como si fuese hoy, llegado el momento del descanso allí estábamos todos sentados contra la pared de ladrillos a la vista, transpirados y agotados compartiendo las bebidas, y en ese distendido ambiente uno de los mellizos, el Nano, sacó de su bolso un cuaderno rayado tipo "Asamblea", de color naranja, tapa blanda, que si bien estaba escrito por la mitad, el mismo casi no podía arrimar sus tapas.
Nano acto seguido tomó una birome, lo abrió y en la primera hoja en blanco  comenzó a escribir, relatando en voz alta lo que iba volcando en el cuaderno de tapa blanda, en lo que pensé era su "diario íntimo".
Pero para mi asombro, éste cuaderno hacía las veces de un diario deportivo "Olé" de la época.
Orlando, con el recuerdo fresco del partido, volcaba utilizando un lenguaje que nada tenía que envidiarle a Horacio Pagani o cualquier otro periodista deportivo famoso de la época, una detallada síntesis del partido que habíamos disputado hacía algunos minutos.
Una iniciativa genial, que hacía algo más que divertirlos con la forma y el modo de describir las jugadas, los motivaba, le daba importancia a pertenecer a este grupo y al compromiso que tomaban semana a semana.
Yo mismo en mi primera experiencia, me sentí reconocido, ya que mi desempeño en el campo de juego estaba plasmado en el papel, con puntuación y todo, había una crónica de lo acontecido .
Luego, una vez en su casa, el trabajo de Nano continuaba, recortando de revistas y suplementos deportivos fotos que pegada en ese cuaderno en los espacios que había dejado en blanco, con una descripción de la jugada y cambiando los nombres de los personajes de la foto, por los de su equipo, Los Tiburones.
Era así que por ejemplo, una foto del mono Clausen, el famoso 4 de Independiente, trabando una pelota con un delantero de Racing, era reemplazado por el nombre de él mismo, Orlando Torrisi, otra del 8 de Boca Riquelme, por el nombre de Enrique Del Valle, o alguna del mono Navarro Montoya por el de nuestro arquero Rolo Sileo.
Es así que el día lunes todos sus demás compañeros que no formaban parte del equipo o no habían podido ir a la cita, esperaban ansiosos leer dicha crónica, debatir y criticar la misma. Era material de lectura de toda la división, de algunos profesores y pasado el tiempo era también leído por otras divisiones.
Para los que no pertenecían al grupo al principio les parecía un disparate, pero pasado el tiempo se daban cuenta que era un trabajo que demandaba horas y que esta hecho con mucha calidad, amén que a uno le gustara el fútbol o no, a pesar de que no tuviese demasiada apariencia de una revista deportiva en su exterior.
Este ritual se cumplió desde el inicio del equipo hasta su disolución 2 años después.
Nuestra fama fue creciendo, ya que los triunfos obtenidos ante todas las divisiones mayores del colegio, estos logros nos llevaron, más  este periódico nos hicieron conocidos y respetados más allá del mismo colegio.
Por consiguiente, no tardaron en llegar desafíos de varios colegios de la zona, a los que íbamos superando uno tras otro.
Yo luego de un año era conocido en el Etchegaray como uno más, cosa que me hizo sentir nuevamente en el barrio.
Fueron tiempos muy felices con este grupo, que me dejaron muchas anécdotas y enseñanzas.
Luego al terminar mis compañeros de equipo el 5to. año, el equipo finalmente se disolvió.
Una vez nos reunimos casi todos para jugar un campeonato de 8, si bien teníamos 20 o 21 años, y estábamos totalmente fuera de estado, parecíamos más bien un grupo de glorias de esos que se juntan en un partido homenaje.
Empezamos medianamente bien, ganamos cómodos el primer partido del hexagonal, pero al segundo, ya exhaustos, fuimos superados claramente, tanto física como anímicamente.
Para colmo a poco de terminar ese partido, no tuve mejor idea que salir en defensa  de un compañero, el negro Alfredo Soto, que tras una serie de duras faltas a las que le venía cometiendo un defensor del equipo contrario, de casi dos metros de alto, contextura parecida a la de Rolando Schiavi, para que se den una idea.
Aclaro que siempre fui un torpe para las peleas y esta vez no salí de la media, este ropero humano cayó al piso tras cometerle una dura infracción a mi amigo, estando allí en el suelo no tuve mejor idea que darle un certero puntapié en el medio del huesito dulce, el cual obviamente ni cosquillas le hizo al ogro, el tipo se paró frente a mí, y yo solo atiné a caminar hacia atrás, y al darme vuelta para echarme a correr, de repente, sin mediar palabra, el arquero contrario me aplicó un cross de derecha, que me dejo grogui en el medio de la cancha, y al ver que mi vida corría serio riesgo, me hice el desmayado, de inmediato mis amigos me levantaron del suelo y me alejaron del lugar, recién abrí los ojos cuando me aseguré que estaba a una distancia prudencial de mis virtuales asesinos.
Volví a casa con un ojo morado, exhausto y con la sensación que todo tiene un final y que uno se da cuenta cuando esto ocurre.
Así fue la desdibujada despedida del equipo, que obviamente no empaña todo lo logrado y disfrutado juntos.

Los Tiburones, un grupo de secundaria que dejó huella en mi vida.

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