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lunes, 3 de noviembre de 2008

Adolescencia III


Promediando la adolescencia empecé a sentir lo dura o complicada que es la vida, si bien desde que nací mi familia y yo, vivimos la enfermedad de mi vieja, una epilepsia no muy bien tratada, por desconocimiento de los médicos de la época, por un mayor desconocimiento y negación de parte de mi padre, eso nos traía aparejado momentos de zozobra, pero como dije fueron momentos.
En esta nueva etapa, los momentos de paz fueron los esporádicos.
Mi hermana, mi segunda madre, la misma que me acompaño a anotarme en la secundaria, de la noche a la mañana se fue de casa, cuando despertamos ya no estaba.
Si es duro tener una madre ausente, creo que más duro aún tener que soportar el abandono, durante años ella fue mi madre y que desaparezca como por arte de magia, no fue fácil de sobrellevar.
De allí en más, todo se torno cuesta arriba, estar solos mi vieja y yo durante la mañana, implicaba que no podía distraerme o relajarme, ella en cualquier momento podría sufrir un ataque, aunque parezca exagerado, era así o por lo menos yo lo sentí de esa manera.
A modo de ejemplo, una vez cuando estando solos, sufrió una convulsión mientras lavaba los platos, yo me estaba levantando y fue cuando sentí el estruendo, llegué corriendo a la cocina, vi a mi madre convulsionando, boca abajo y un charco de sangre alrededor de su cabeza, sin pensar la di vuelta y de a poco fui sacándole los vidrios del vaso que se había destrozado en su frente.
Luego corrí hasta lo de una vecina enfermera, la que me había enseñado de chico a parar hemorragias y juntos la llevamos a una salita para hacerle una placa y realizarle las curaciones correspondientes.
Luego de unas horas, estaba repuesta y de buen ánimo, como siempre.
Fue algo singular el manejo por parte de mi viejo de la enfermedad de mi madre.
El siempre trato de resguardar, no se si decir las apariencias, por que no es la palabra, él quiso tener una familia normal a cualquier costo, intento creo hoy, dibujar que todo estaba bien, que eramos como cualquier otra familia, que no estábamos rengos.
El precio más caro de esta actitud de mi Papá, sin dudas lo pagaron mis hermanas, ya que en su niñez y adolescencia, tuvieron que cumplir el rol de madres, cada una en su momento lo hicieron.
Mi hermano y yo , fuimos los mimados y cuidados por ellas, sinceramente creo que hicieron un sacrificio que jamás podremos retribuirles.
De la mano de esta situación compleja, como para amortiguar el golpe, fueron mis vivencias entre los 16 hasta los 21, etapa del descubrimiento del amor y el sexo, conocí, aprendí y entendí mucho en esta etapa sobre las mujeres.
Mujeres, ¿que no se ha dicho, escrito o pensado sobre ellas?.
Que ser maravilloso, dulce, delicado, y a la vez misterioso, poderoso y temerario.
El hombre no le llega a los talones, cuando ellas vuelven, nosotros, los vivos, cancheros y ganadores, recién estamos pensando hacia donde ir.
¿Como un simple mortal, no va a perderse detrás de una caída de ojos, una sonrisa o el leve roce de una mano?.
Sí, dirán que las mujeres también se derriten por los hombres, la diferencia es que ellas lo hacen dentro de un recipiente, y cuando les place, se ponen en el freezer, para transformarse nuevamente en hielo.
¿Auto control?, ¿inteligencia?, ¿instinto de supervivencia?, ¿miedo? quizás la suma de todos esos factores transforman a la mujer en un ser que camina un paso delante del hombre.
Mi viejo amaba a las mujeres, de él aprendí a respetarlas, cuidarlas, escucharlas, y sobretodo a no subestimarlas, reconociéndolas como lo que son: superiores, aunque nosotros los hombres, garrote en mano, queramos imponernos, hasta humillarlas a veces.

2 comentarios:

Poesías de Andrea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Poesías de Andrea dijo...

gracias por permitirme conocer un poco de tu vida amigo...me encanto tu relato ,te seguire leyendo de a poco...abrazos, andrea